sábado, 26 de septiembre de 2009

Porque sí


Hoy por ejemplo tenía las más diversas ganas de llamarte, saber como estás, qué es de tu vida. Se me ocurrió también salir corriendo a buscarte y darte un fuerte abrazo, uno de esos que no son de los finales. Sino que tienen el principio en el sabor instantáneo de los arranques porque sí.Decirte de mi libertad y mis equivocaciones, provocarte un beso y la reacción de tus manos mezcladas con mis ganas de empezar de nuevo. El sueño transitado de cumplir lo que cambiamos, de escribir tu latido en mi soledad, en los ausentes que son tus palabras cuando se oyen desde lejos. Y te imaginaba por un rato pensándome, tratando de buscar la manera de volver a las cosas simples, el abrazo pendiente, tus ojos colgados porque sí.Ya sé que dirás que no hay nada por hacer. Mezclo tus discusiones con el otro, con mis ansias ingratas de quererte para siempre, también porque sí. Bajo hasta la vereda y enciendo un cigarrillo imparcial, lo objetivo se ve distante y prometo saber el sabor de tus pasos transeúntes yendo de un lado haca el otro de la razón.Quizá sea mucho más simple hoy. Tal vez le des rienda suelta a tus ganas de estar de cuerpo entero por fin acá, a un costado del día a día mío y tuyo. Digo, podrías dejarlo y todo y venir a buscarme. Y estar juntos, viejos, jodidos y arrugados. Así, amándonos porque sí.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Elogio al silencio

Ya sé que por ahí éstas no son horas de llamar. Sé también que me hago invisible con tu silencio, como un fantasma de moda que camina pálido los primeros balcones de la ciudad.Todavía siento el gusto ácido del último caramelo de limón que chupé. En mi boca tus ojos son como cicatrices blandas y ásperas; qué curioso, tus manos se escapan ángeles, melodías enfermas que me dicen que los finales son así. Tan parecidos al abandono del cuerpo que ya no tengo, ni adviertes.Desde lo íntimo subo escaleras como cabezas que piso, y me gano los cielos y la gente me ignora pendiente con el sabor en el aire a tabaco rubio donde me refugio para pensarte tal vez caminando las calles de enfrente. Y levanto la vista, y en puntas de pies el asfalto que quema, me subo a los abrazos que dejo y miro por sobre mi hombro la gente que lleva tus caras y tus mismos gestos.Desde la cocina de los ausentes juego con el agua, me rapto un acariciador para esas noches en que tengo ganas de alguien que me diga temprano, bien temprano a la mañana “buenos días” con la simpleza que solo las palabras simples tienen. Con ese tono bajo y dulce tus párpados que sólo yo entiendo y rapto.Y te sigo escribiendo aún, con la consigna de que al fin mes escuches desde este lado de las casas, desde el redondel perfecto de la melancolía que dibujo sobre un vidrio empañado con letras fosforescentes que se ven de todas partes. Y mi frente triste dispuesta a dejarse amar, como asilos deliciosos que intercambian sonidos y preguntas también.Vos crees haberme olvidado y esta vez tal vez sea algo así. Espero desde una península de la costanera ver tus hombros brillar como un único sol humano devoro los contornos de tus ganas de volver que ya no tenés. Tiembla mis ganas de llamarte y no. Imagino un rostro hermoso haciéndome un gesto espléndido de aceptación. Como la otra noche, en el sueño perfecto de los últimos tiempos. Enciendo mi cama como una esperanza, como un puerto donde me siento a descascararte las manos. Todavía siento como se destapan los frascos cunado cocinás. El viento me cuenta el resto. Y sino lo invento.Siento que cada lugar donde vaya ahí estarás. Como una persecución desafinada y enorme como el amor. La fiebre que se escucha cuando te pido permiso para entrar esos recuerdos que llevas como collares pesados. La gente me mira por la calle desconociendo mi desgracia, yo con mi cigarrillo de los olvidos de siempre, suspendido en el aire y la espuma de las nubes dispersas por el cielo que me ahoga.La música allá abajo –pienso- como una ola gigante que arrasa tus manos que no me alcanzan. Vuelvo a mi habitación y tampoco hoy has llamado. Qué raro, porque siempre digo que no te espero. La sala de vez en cuando se siente así de sola. Hoy por ejemplo entro como queriendo quebrar todo este perfume quieto todavía. Tan grande es el silencio que me dan ganas de aplaudir. Aplaudo graciosamente el horror de todas las cosas vacías.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Volver...


Habría huido de sus bocas, de sus ojos azules plácidos, acomodados con los dedos sobre el horizonte primero donde alcanzaba todas las cosas. Esas palabras quietas, habrían sido la melodía diáfana de sus mañanas también. Y habría salido aún de su casa con el café instantáneo todavía en sus labios, esa música astuta que las madrugadas despiertan lo que no puede ser. Y su almohada de primeras veces, llanto contenido, abrazo de los gemelos habría sido inmaculada como sus esperas todavía. El semáforo de color rojo esa vez, mientras esperaba que las cosas cambien, una lluvia tenue (casi como un susurro) sería la compañía estática que se concentra en los nombres que ya no vienen.Hubiera escapado hasta sus montañas, con los ojos bien abiertos despachando preguntas y asombros que ya no importan a nadie más que a él. Y se hubieran muerto de risa o espanto de tan solo verse ahí parados frente al mundo con aquellas costumbres que la rutina gana. Y hubiera preparado la cama, las sábanas bien frías y estiradas casi hasta la perfección posible de no poder entrar sin escribir una arruga sobre esos torsos.Las ventanas serían las mismas de siempre, como también las puertas que llegan y abren los sueños posibles quizá. Llegando siempre a la mesa como una ceremonia de abrazos y muecas, y contarse tal vez lo que a nadie más que a ellos importa.Uno en los balcones deambulando por ahí, generando la gracia de los deseos que pronto vienen, otro más entero, más nuevo, sería el lugar de los permisos, los puertos, las bahías, y luego esta amargura plana.Y pensé, al no llegar, que podría haberse distraído con la música de los que saben que nuestro amor fue posible. O que se habría detenido en aquellos detalles que nos faltan, o con sus ojos bien abiertos hubiera podido irse a buscar sus playas, donde siempre pierdo todas las cosas. Y sabría aquella primera palabra que diría al verme, y ese abrazo inmenso, incalculable que nos daríamos al regresar después de tanto tiempo. Casi me lo sé de memoria a ese instante. Y sobraría esa música empalagosa de las vueltas, y no habría otro sonido que la de nuestros huesos apretados bien fuerte. Nunca se permitieron encontrarse así, francos y despojados de los prejuicios y las miradas de otros que no entenderían nada de lo que vivieron. Llegaría el momento de ponerse al día, de sus sexos fundidos ya sin gemidos, y los pasillos y los techos habría sabido como contener sus manos largas y ansiosas como la primera vez que se tocaron.Habría escrito las palabras mejores cuando su cara de paciencia me escuchaba sin entender nada de lo que le leía. Y me abrazaría para colmar mis ganas de compañía y le ofrecería derrotarnos en la cama (otra vez) y mencionaría al pasar las ganas que tenía de abrazarme, de verme llegar.Yo hubiera esperado todavía, sin entender que otros brazos le ocupan el pecho, y los cabellos dorados me harían acordar seguramente a los veranos que están atrás de la heladera. Y le diría que llego de un mundo raro, que el dolor no me hubiera ganado de todos modos. Le empataría el tiempo perdido hasta que se duerma en mis brazos por fin, y yo le diga que ya todo pasó. Dormiría eternamente hasta que la luna se cicatrice victoriosa.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Del libro de los miserables.


Tenía las contradicciones propias de los años adversos. Lo solos disfrutan la probabilidad de las cosas inciertas. Se levantó temprano como la costumbre de las mañanas se lo permitía, preparó una taza caliente de café instantáneo, leyó los diarios por Internet y dejó que los pies fríos cayeran suaves por el piso. Se rascó la cabeza pensando sus vacíos, miró la ventana y de ahí la calle, y se fue con la vista por los barrios empinados mientras revolvía el azúcar que descansaba en el fondo de sus sorbos.Llega un momento en que se dan cuenta de sus manos vacías, de algunos fracasos, de las posibilidades que se pierden por temor. Digo, y sostengo, que la soledad no es casualidad.Un cigarrillo largo le servía para sostener sus labios secos ya. Pensaba y pensaba como queriendo descifrar los crímenes de los silencios exagerados. Había una foto que le llamaba la atención desde sus puertas y los muros. Sabía que más tarde iría a jugar al bingo a la casa de Valeria. - ¿Dónde puse las pantuflas? le preguntó al perro. Afuera, sonaban las bocinas enloquecidas mientras una quietud raquítica le avisaba que los días se le estaban pasando de largo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

5 breves historias de personas solas


0.-
Ya no recuerdo bien cuando fue exactamente que dejé de esperarte. Creo que fue un jueves. Raro, porque yo generalmente suelo acordarme de todo. No sé... hubiera querido decirte muchas cosas, ahora me conformo con este abrazo de renglones. Hicimos todo lo que no debíamos hacer. Como una vuelta más a la calesita giran las imágenes en la mente hasta que por fin el viento silba bajo una música de adioses.
Era jueves, no? Bah, qué importa ya.

1.-
Había encontrado una pierna chueca detrás de la heladera. Los pasos tienen ésta costumbre de perderse por todas partes.

2.-
¿De qué me estás hablando? me preguntó la pelotuda.Yo le hablaba de amor. Del más inconmensurable amor.

3.-
Decía que estaba solo. Que nadie lo acompañaba. El teléfono se equivocó de lunes y las voces se arreglaban como juntando las dos puntas de la acera.Es cierto, estaba solo. Yo lo ví húmedo parándose en los ventanales viejos. Y como una puerta o el mejor recuerdo, escribió con su encendedor el techo de aquel baño. Escribió un nombre raro. Ahí me dí cuenta que los nombres son violentos como los años que vienen a la carga.

4.-
¡Está bien! lo reconoció. Es cierto que sus dientes podridos no le gustaban, ni sus axilas de cloacas y sus ojos parcos.Sin embargo, daba los besos más dulces que en su vida había probado.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Del libro de los sueños (I)


-1-Le hablé al oído sin pestañas ni manos grises como si fuese única. La tarde se rompía a pedazos recién con el sabor seco de la tierra.Me dijo un abrazo en voz baja, y yo lo tomé como si fuese el último.Y empecé a caminar de nuevo encendiendo las luces naranjas de los semáforos. Los perros seguían el guiño del asfalto hasta perderse detrás de una bicicleta estática.Sin embargo la nostalgia era otra cosa, pensé. Y fue así que quemé mis libros, y derroté las bibliotecas y rompí todos los esquemas posibles para irla a buscar. Ella me miraba desde la calle sin importarle nada. La invité a dormir. No tengo sueño – me dijo. Y yo la dejé para siempre. (No hay nada peor que una mujer sin sueños).

lunes, 7 de septiembre de 2009

Los otros y nosotros


La soledad tiene que ver con Uno. Es decir, partimos de la idea del solo, de estar o sentirnos solos. ¿Decir solos en plural es correcto? Debemos comenzar por definirnos desde la antigua concepción aristotélica de afirmar que el hombre es por naturaleza un animal social. Y entonces, pregunto, ¿cómo podemos afirmar entonces que estar solo está bien?
Es decir, veamos lo siguiente: nacemos y morimos solos, y sin embargo nos pasamos la vida buscando un otro que nos acompañe en la vida. La soledad tendría mejor una significado más subjetivo. Somos solos desde nosotros mismos. Y de hecho, aparte del mundo somos nosotros solos. Nos pertenecemos y nos debemos a nuestros actos propios. Entonces la soledad debería tener que ver más con un estado psicológico, una sensación interior de abandono, de pérdida, de angustia. Existe una contradicción, un choque ideal entre nuestro “querer-ser” que nos deja inválidos en la búsqueda del “ser-con”.
Nosotros somos nosotros, seres independientes y autónomos. Como ya he dicho, somos esto y aquello, y todo junto. Pero me llega un interrogante más primitivo en esto del ser-con. ¿Los solos dejamos de ser? De existir?
O peor aún, por quién existimos? Existimos por nosotros o por los otros? Nos levantamos a la mañana porque existe otro alguien?
De ninguna manera. Somos esto, y la melancolía de la pérdida es un atributo que se vincula con aquella falacia de que “todo pasado fue mejor”. ¿Podemos permitirnos comparar lo vivido aún con aquello que no conocemos? ¿No es el pasado acaso también un término vago?
Digo, si el pasado fue mejor, entonces no tendría sentido seguir viviendo. ¿Con qué grado de expectativa podríamos desayunar los meses que vienen?
El pasado resulta ser un derrota, aquello extraño a nosotros ya. No nos pertenece el llanto llorado, ni los recuerdos de aquello que no tenemos. La angustia, el dolor, la ausencia no es justa con la vida; con los días que faltan, con los veranos que vienen. Dejemos el recuerdo con los recuerdos. Las cosas en el lugar en las que deben estar.
Esto tiene que ver con aquello de ser uno mismo o pertenecer a las manadas, nota a la que los remito. De una cosa estamos seguros: existen otros, por ellos vamos. Pero que la búsqueda de los otros no sea la de otros. Sino la nuestra. Buscarnos y sentirnos. Desde la soledad, del individualismo. Desde nosotros y para los otros; no por los otros.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Desencuentros estupendos


Caminó por la vereda de enfrente de nuevo, con su cara de recién separada y sus muslos duros y sus tetas chicas y acomodadas debajo de la blusa. La gente pasaba igual al lado de ella con el aliento marítimo, ausente, y el ropaje de los meses pasados. La costra en sus ojos no le permitía erguir sus pupilas negras como un breve milagro de los lunes.
Se notaba que todavía esperaba, entretanto, el martirio de los llamados que no llegan; aquellas promesas morosas que la postraban estupenda frente a las puertas de él.
Las hojas lentas de los árboles desfilaban, supongo, por los cordones de las veredas como ese vestido de flores pequeñas que le agrandan el rostro.
Dentro de un ojo estaba el manantial jugoso de la venganza. Sólo era cuestión de horas. Y sus manos como hijos que se pierden en el descaso del tiempo, y las costillas ancianas que soportaban el vaivén de los rizos devueltos.
Blanquísima su silla era la fruta torpe y limpia de los pecados pasados. Allí se desperdiciaba cada mañana frente a mi ventana, con los pies derrotados, y sus rodillas vencidas.
Con sus dedos diminutos partiendo ombligos, y su boca chata hablando ojeras, caminaba los cuerpos sin voces y cansados ya.
Confiada en la mala memoria de la gente, buscó la paz de las bibliotecas, el cemento, la vergüenza, el olvido diáfano de los crímenes del amor.
Sus voz exótica dijo lo que nunca antes se había escuchado. Lo que jamás queremos oír. Se imaginó larva sobre el piso, allí donde el tránsito de las cosas se convierte en rutina.
Sopló fuerte su estómago mientras la sangre quieta y tibia le dejaba en los labios el sabor de las raíces. Su fantasma murió exactamente a las tres menos cuarto de la mañana. Justo cuando él la venía a buscar para dar una vuelta por ahí, con una lágrima azul que se tragó para siempre.