domingo, 26 de diciembre de 2010

Que haya una razón siempre ...


Que no haya soledad más antigua.
Que no duela la tarde de sol sobre la esquina fronteriza del recuerdo como un ciempiés buscando caminos.
Que fingir la noche no esté mal.
Que los nombres se vayan y quede sólo el recuerdo de los que pasan dejando la huella sintética de las poses del alma; y que los ojos cicatricen las horas, los días, los almanaques como un aperitivo.
Que al final de cada día valga la pena haber pasado las esquinas de largo, fiel los hombros de los que soportan un año nuevo.
Que no lastime pensar. Que no hiera querer.
Que entendamos que las personas suelen defraudarnos, y como una didáctica experiencia de la vida necesitaremos superar esto. Y que no nos cueste nada alzar nuestras cosas y volver a empezar.
Que emprender algo nuevo repletos de miedos, tampoco esté mal.
Que habrá oportunidades en las que correr el riesgo será nuestra única alternativa para entender de una vez por todas aquello de que el tren pasa sólo una vez.
Que apreciarnos esté bien. Esto es ponerle un precio a cada cosa que hacemos. Valorarnos aunque tengamos piernas de pollo, o panzas prominentes, o mal aliento a la mañana.
Que no haya ni una sola persona en solitario. Que la gente se mezcle con la gente, y los animales y la naturaleza. Y que no se hagan daño unos con otros.
Que pensar distinto está bien. Que la discusión es necesaria pero mejor es el diálogo. Que haya muchas contradicciones. Las más posibles. Porque en ésta diversidad está el jugo de la vida.
Que bebamos cerveza, un buen vino o un vaso de agua según las circunstancias. Pero que brindemos todo el tiempo, por los amigos, los amores, los éxitos, la paz, el olvido.
Que no haya confusiones ni malos entendidos. Que aprendamos a divertirnos con la palabra y no con el silencio o el rechazo.
Que haya más poetas, más músicos, más pintores hablando de amor. Que las sombras no nos asombren. Que la luz nos pinte la cara hasta los tobillos, y que si algún día tenemos ganas de llorar encontremos las lágrimas y los brazos necesarias para que duela menos (al menos).
Que nos riamos más seguido. Todo lo que sea posible.
Que no nos encuentre vencido el tiempo. Lo único que perece es la leche, el queso crema y el yogurt.
Que llueva de vez en cuando.
Que caigan rayos también.
Que haga calor.
Que nieve.
Que sigamos sintiendo esas ganas enormes de abrazar sin motivo.
Y que aunque sea un laberinto, le encontremos siempre salida a la vida.
Porque parece mentira, pero siempre hay un amanecer distinto esperando alguna razón para dejar de fumar, o llamar a algún amigo perdido, pagar las deudas, escribir ese libro, viajar a ése lugar, escribir una carta, terminar ese proyecto, ir al cine, escuchar un recital, mirar la hora, abrazar, amar, querer, perdonar, dejar pasar, reir, carajear, opinar, estudiar, cantar.
Sea cual sea, que ésa razón dependa sólo de vos…