miércoles, 27 de julio de 2011

domingo, 17 de julio de 2011

ELLA ERA SOLA


Le dio mucha bronca saber que ése era el último cigarrillo que le quedaba. Tenía que bajar, abrir el ascensor, saludar al portero que no soporta, encontrar un quiosco abierto, pero primero debía cambiarse, ponerse las zapatillas, cerrar la compu, buscar las llaves, encerrar al perro en el baño, bajar la calefacción, buscar las monedas para el cambio, atarse el pelo, lavarse la cara, acomodar las sábanas, levantarse, juntar ganas. No hizo nada de eso.

Tenía las esperanzas fatigadas, la mente abstracta, paranoide. El día anterior había pensado lo mismo, atravesando la idéntica rutina que repasaba mentalmente.

Era más fácil dejar de fumar. Pero ese último cigarrillo le inspiraba otro final más. Así se terminan y empiezan las cosas. Había una vez… Y el secreto de su soledad empezó por un pucho.

La gente se separa todo el tiempo, unta un extremo con el otro, hasta que la salitre se dispersa en el aire, fumiga ambiciones y de nuevo aparecen esas mismas zapatillas frente a la cama como invitando un camino inexplorado aún. Y ese camino enarbolado es una síntesis de los comienzos que no se animan. ¡Ánimo! Le dijo su amiga en un mensaje de texto. Como se simplifican los sentimientos de ésta manera. La gente se amiga y se pelea, se encuentra, se bloquea por el facebook. Todo pasa por ahí. Se inventan historias, se putean, se etiquetan, se desetiquetan, juegan, parafrasean, son poetas, filósofos; chusmean los momentos felices, ¡cuánta felicidad que hay por todas partes!

Y yo me pregunto ¿Dónde están los solos?

Donde se ha ido la idea de mostrarnos auténticos, míseros, humanos, vulnerables. Sin un puto cigarrillo para fumar.

La historia de ésta mina sigue un par de semanas después. Calculo que habrá encontrado un quiosco abierto, y habrá pasado todo eso que su mente le dictó aquel domingo a las once de la mañana. O capaz que no pasó nada de eso. Le tenemos miedo a la sorpresa, a saber que las cosas no son tan así. Que por ahí existe una segunda cara de la moneda. Que está bien ser cautelosos, calculadores. Pero ¿y si fueramos más nosotros? ¿Qué pasaría si nos propusieramos un par de horas al día, practicar no pensar las consecuencias? ¿Habría más solos?

No tengo ni idea de la respuesta. Amanece ya en mi ventana y hoy por suerte no tengo ni idea de lo que me espera el domingo. Tal vez sea igual al domingo pasado. Quizá no. Nada que ver.

Ahora si estás esperando que ésta historia tenga una moraleja, vas mal. No sé quien dijo que todas las historias deben terminar indefectiblemente de una manera o tal. Puede ser que no haya nada para aprender de los escritores, tenemos esa manía de dejar las cosas así, irresueltas muchas veces. Tal vez la moraleja sea, andá a comprar un atado de puchos si tenés ganas de fumar. Pero no. No lo es.

Sale el sol y me da un calor tibio sobre la espalda, como un masaje suave que no esperaba. Ya ves? Ahí tuve mi primera sorpresa del día. Y si hubiera ido hasta el baño, y me hubiera lavado la cara, puesto las zapatillas, abierto el ascensor, saludado al portero insoportable. Y si hubiera ido hasta el quiosco, seguramente la vieja me hubiera pedido veinticinco centavos de cambio y yo le hubiera respondido que sí, que los tengo. Me hubiera encendido un cigarrillo y así terminaba la historia.

Ella pensó en darse una oportunidad y dejó de lado todas aquellas cosas que le hacían mal. No pensó atarse el pelo, sólo porque no tenía ganas. Y está bien no tener ganas. Está bien ser tal cual somos, tal como queremos nosotros y no como los otros quieran vernos. Fue una tarde popular en sus ojos. Iba y venía dejando su mente suelta por ahí. Fue sola un par de días más. Porque en uno de esos viajes hasta el quiosco se encontró con alguien que había pensado toda la noche anterior.