Cualquier tema musical en otro momento hubiera sido
perjudicial para mi salud. La casa había quedado un poco grande pero supe
llenar los huecos con paciencia y un poco de enduido. Si todo fuera así, habría
menos pintores. Y menos huecos, menos vacíos en el pecho de la gente. Nos
acostumbramos a estar solos, y casi como que nos vamos llevando el tiempo sin
llegar a ninguna parte. Podría sonar pesimista, pero atento al ruido de la
lluvia, me pregunto los lugares comunes que ya son parte de la historia.
Cuando algo termina, siempre viene algo mejor. Más fuerte,
más revolucionario, nos mantenemos expectantes, ventana de por medio, y cuando
menos lo esperamos el timbre suena. De reojo miramos apenas el pasado (que
pasa), y la tormenta se abre el pecho, y vemos bosque detrás del árbol. El buen
solo bien se lame, dijo Georgina. Yo no paré de reírme de las cosas que antes
no me causaban gracia. En algún punto me había rescatado. Siempre me salvo.
Ahora que el silencio me pertenece y vendo mi simpatía con
la postura cómoda de ser entero y yo. Como una sola cosa, un mismo ente que
intenta manguearle algo al destino. Reconozco que no nos hemos llevado muy bien
este último tiempo. Digo, el destino y yo. Tenemos la mirada cruzada y hablamos
de cosas distintas. Ya no nos entendemos como antes, y sin embargo siempre nos
encontramos en el mismo punto del camino. Nos reclamamos de todo, nos puteamos
un rato, y después le libro un abrazo como pidiendo disculpas por mis malas
elecciones. “Yo te avisé”, replica. Y todo queda intacto. Le miro los ojos como
nunca antes, sabiendo que el aprendizaje es parte del tránsito.
Prendo un pucho y me quedo mirando esa foto espantosa en la
caja que dice que cada cigarrillo deteriora tu capacidad pulmonar y provoca
impotencia. Me encojo de hombros y fumo otra pitada sabiendo que hay cosas que
hacen peor. Debería volver a la marihuana, pienso. Y después concluyo que no
debemos volver a ninguna parte. (…) Me quedé repasando un rato largo sin escribir,
un poco meditando algunas cosas, y otro poco haciendo tiempo que se me haga la
hora de irme.
Afuera la luna mira desentendida. No nos prestamos atención hace
tiempo, y cuando estoy a punto de decirle hago, siempre encuentro alguna cosa
que hacer. Me distraigo a propósito y todo pasa. Ya no nos esperamos.
Ya han pasado unas cuantas horas desde que empecé a
escribir, y me pregunto si ya es hora de terminar. Los finales antes tenían un
gusto raro en mi boca, ahora, que es temprano, tengo todo el tiempo por delante
para mejorar las cosas. Para empezar de nuevo. Digo, porque ahora que soy solo
tengo infinitas oportunidades para encontrarme, para probar o para seguir
equivocándome. El error es una posibilidad que ya no me preocupa. Como hay
otras cosas que no me preocupan. Si tengo ganas de bañarme me baño, si tengo
ganas de cocinar, cocino. Y si tengo ganas de quedarme sentado durante horas
mirando el fantástico cielo, puedo hacerlo. Me lo permito. Aclaro que me he tomado
varias licencias, y me gusta eso. Me gusta lo que veo.