Que extraño pensar que aún forme parte de tus caprichos,
esto de extrañarme muchísimo no me alcanza, aunque me hayas dicho que soy parte
de tu olvido, tampoco me hubiera gustado ser esa parte de algo.
Acá me voy a detener un segundo.
Parte, partir, son dos
palabras que detesto y por eso las repito al inicio. Por un lado, porque en cualquiera de sus
acepciones me disgusta , por otro, su sonido es escéptico, increíble, doloroso.
No hay merteolate que alcance.
Parte,
como porción, como algo pequeño, como un complemento que no llega a
complementar nada. Parte de partir, de irse, de huir, de escaparse de todo y de
todos. Parte, de romper, de partir, de disolver, de hacer añicos alguna cosa.
Y me puse un rato en pensar el sentido que le das a las
palabras, la orientación de la voz, la posición del cuerpo, qué postura o
tonada habrás tenido al escribir que yo soy parte de algo tuyo. Inclusive esa
percepción de pertenecerle a alguien me molesta intensamente. Y ojo, que
escribo adjetivando para que entiendas que las personas no se poseen todo el
tiempo. Yo decido prestarte, convidarte algo mío. Yo defino hasta cuando, hasta
dónde. Amaso la paciencia, la exagero, miro hacia un costado y al otro, me fumo
una canción de Arjona, pero siempre aparece el pronombre YO, a propósito, como
preposición, delante de todo. A pesar de todo.
Y no hablo de resignación, ni de cansancio siquiera. No
estoy cansado para nada. De hecho, me levanto a la mañana de un salto, abro bien la persiana, huelo ese
aroma fresco de la madrugada, a calle casi intransitada. No es silencio lo que
percibo, sino quietud y paz.
Me libera la sola idea de saber que no dependo
sino de mí mismo para todo. Que no soy parte de algo, que nadie es parte mía.
Si faltara al laburo, alguno podría darse cuenta, pero estoy convencido que
pasaría inadvertido salvo para los refunfuños de mi jefa. Eso me alivia.
Ahora si hablamos de partes, como vos decís. Me pregunto si
seré esa parte que no parte. Porque te elegí muchas veces y en algún momento te
volvería a elegir, en otros tiempos, en otras cosas. Porque si entro en este
juego de palabras, de partes, de partir, ya no estoy. Digo, no soy el mismo de
antes. Es más, me miro al espejo (de cuerpo entero y no por partes) y noto que
mis edades son distintas, y que no extraño lo que no tengo, sino que espero lo
que quiero.
Por ejemplo, yo no quiero una parte de mi sueldo, ni ver una
parte de la luna, ni tomar una parte del café, ni fumarme una parte del pucho.
Quiero que las cosas de una vez por todas sean enteras, eso me propongo.
Ni siquiera este texto es una primera parte. No habrá
segundas. Puede ser que quede inconcluso en algunas oraciones o pensamientos,
pero esto que escribo es todo. Es absoluto, completo. No me guardo algo para
luego. No cuotifíco las frases ni fracciono mis acciones. Tampoco me gusta
quedarme a mitad de camino de nada. Sería como mirar una parte de cualquier
película y quedarme con las ganas del final.
Ergo, de nada sirven las partes por más inspiración que
contengan. Y por eso aclaro que no formo parte tuya. Estoy entero o no estoy
nada. Y si te proponés extrañarme muchísimo como advertís, extrañame completo,
con lo bueno y lo malo, sin discriminaciones innecesarias. Porque sigo exacto,
buscando algo o alguien que me ame con todo lo que tiene, y defienda ese amor
con todas las armas posibles. Repito, que esa “esa parte” que decis tener
dentro tuyo es sólo una ficción, pero que en nada se parece a mí todo.