Nos desencontramos todo el tiempo. A toda la gente le pasa esto. Es como ir a
contramano unos con otros, renglón tras renglón siento que cuento siempre la
misma historia. Es como escribirnos de memoria, es como el gusto suave del vino
tinto. Sabemos que no nos vamos a encontrar y sin embargo nos buscamos. Muchas
veces no sabemos hacia dónde va dirigida esa búsqueda, pero somos conscientes
que nos vamos a encontrar. Y nos perdemos. Entonces me pregunto si está bien
perder, por ahí el intento vale la pena. Otras veces sacrificamos nombres y
personas; y la gente se nos escapa, aún cuando el escape sea la única
posibilidad. Dejamos pasar las cosas pensando que el tiempo lo cura todo. Y es
mentira! El tiempo no es el remedio. Hay laberintos de los que nunca se sale,
nos enroscamos, firuleteamos las frases ya conocidas creyendo que algo puede
cambiar. Que nosotros podemos cambiar las cosas. Nos desencontramos y no nos importa.
Creemos en las vidas sucesivas, nos matamos con el olvido, como si se pudiera
borrar la experiencia vivida. Capaz que muera antes que muchos. Antes de lo que
cualquiera pudiera llegar a pensar. Y no pensamos. Tampoco la solución está en dejar
partir. Partir significa dividir, separar, soltar. Que idiota yo que pensaba
que siempre iba a tener todo al alcance de la mano. Ahora tengo este cigarrillo
entre los dedos (que también me mata) y cuando quiero acordar sólo queda la
ceniza inerte, inmóvil. Me pregunto en qué momento mi boca se encontró con el
humo y divago. Es raro pensar que no
tenemos nada. Que no somos dueños de nada. No nos pertenece ni este milésimo
segundo de vida. Es de otros ya.
Nos desencontramos creyendo habernos encontrado. Y me
pregunto qué queda después del aplauso final, cuando el telón se baja, cuando
el sol se esconde, cuando no abrimos la puerta, cuando no atendemos el
teléfono. Nos creemos satisfechos con el bien cumplido. Hicimos lo que teníamos
que hacer. ¿Lo hicimos?