domingo, 22 de septiembre de 2013

ESA MANIA DE PARTIR...


Que extraño pensar que aún forme parte de tus caprichos, esto de extrañarme muchísimo no me alcanza, aunque me hayas dicho que soy parte de tu olvido, tampoco me hubiera gustado ser esa parte de algo.
Acá me voy a detener un segundo. 
Parte, partir, son dos palabras que detesto y por eso las repito al inicio.  Por un lado, porque en cualquiera de sus acepciones me disgusta , por otro, su sonido es escéptico, increíble, doloroso. No hay merteolate que alcance. 
Parte,  como porción, como algo pequeño, como un complemento que no llega a complementar nada. Parte de partir, de irse, de huir, de escaparse de todo y de todos. Parte, de romper, de partir, de disolver, de hacer añicos alguna cosa.
Y me puse un rato en pensar el sentido que le das a las palabras, la orientación de la voz, la posición del cuerpo, qué postura o tonada habrás tenido al escribir que yo soy parte de algo tuyo. Inclusive esa percepción de pertenecerle a alguien me molesta intensamente. Y ojo, que escribo adjetivando para que entiendas que las personas no se poseen todo el tiempo. Yo decido prestarte, convidarte algo mío. Yo defino hasta cuando, hasta dónde. Amaso la paciencia, la exagero, miro hacia un costado y al otro, me fumo una canción de Arjona, pero siempre aparece el pronombre YO, a propósito, como preposición, delante de todo. A pesar de todo.
Y no hablo de resignación, ni de cansancio siquiera. No estoy cansado para nada. De hecho, me levanto a la mañana  de un salto, abro bien la persiana, huelo ese aroma fresco de la madrugada, a calle casi intransitada. No es silencio lo que percibo, sino quietud y paz. 
Me libera la sola idea de saber que no dependo sino de mí mismo para todo. Que no soy parte de algo, que nadie es parte mía. Si faltara al laburo, alguno podría darse cuenta, pero estoy convencido que pasaría inadvertido salvo para los refunfuños de mi jefa. Eso me alivia.
Ahora si hablamos de partes, como vos decís. Me pregunto si seré esa parte que no parte. Porque te elegí muchas veces y en algún momento te volvería a elegir, en otros tiempos, en otras cosas. Porque si entro en este juego de palabras, de partes, de partir, ya no estoy. Digo, no soy el mismo de antes. Es más, me miro al espejo (de cuerpo entero y no por partes) y noto que mis edades son distintas, y que no extraño lo que no tengo, sino que espero lo que quiero.
Por ejemplo, yo no quiero una parte de mi sueldo, ni ver una parte de la luna, ni tomar una parte del café, ni fumarme una parte del pucho. Quiero que las cosas de una vez por todas sean enteras, eso me propongo.
Ni siquiera este texto es una primera parte. No habrá segundas. Puede ser que quede inconcluso en algunas oraciones o pensamientos, pero esto que escribo es todo. Es absoluto, completo. No me guardo algo para luego. No cuotifíco las frases ni fracciono mis acciones. Tampoco me gusta quedarme a mitad de camino de nada. Sería como mirar una parte de cualquier película y quedarme con las ganas del final.

Ergo, de nada sirven las partes por más inspiración que contengan. Y por eso aclaro que no formo parte tuya. Estoy entero o no estoy nada. Y si te proponés extrañarme muchísimo como advertís, extrañame completo, con lo bueno y lo malo, sin discriminaciones innecesarias. Porque sigo exacto, buscando algo o alguien que me ame con todo lo que tiene, y defienda ese amor con todas las armas posibles. Repito, que esa “esa parte” que decis tener dentro tuyo es sólo una ficción, pero que en nada se parece a mí todo.