lunes, 28 de noviembre de 2016

Prosa tardía

Porque puede que no recuerde aquellas cosas; la memoria es un tránsito sencillo que a veces nos juega una mala pasada. Porque puede que llegue tarde, que las esperas se terminen en los principios. Que no sepa las razones por las cuales tu viejo se fue. Porque siempre estamos cerca y lejos a la vez; y nos separan océanos de amarguras saladas. Porque miles de veces me dijeron que el cielo es el límite y vemos huellas en la luna. Porque a veces no hay razones ni excusas, y sin embargo las cosas pasan. No existen motivos para la mayoría de los días. Pasan porque sí. Porque tienen que pasar. Porque éramos dos chicos jugando a lo que sabíamos y nos salía. Y yo no supe las reglas, no me las aprendí. Y porque los relojes suenan como una música de piano que se tocan solos. Giran y giran las agujas, como el mundo, como una calesita. Y yo te presto mis manos con la inocencia de saber que te he perdido. Que nos perdimos.
Y porque también me equivoqué de poesía, pero cada día me preguntaba siempre la misma canción. ¿Dónde estabas entonces? Porque las veces que quisimos encontrarnos elegíamos caminos distintos, que nos llevaban también a otros pueblos. En mi mente guardaba la ilusión de saber que estabas cerca, porque te sentía respirando mi nombre, con el aliento, con el suspiro hondo de la derrota y las despedidas. Porque quizá no hubo un espacio sencillo para la palabra justa. Tengo la torpeza de decir las cosas inoportunamente tarde. Ya no hago promesas como entonces. Revivo en la experiencia de un abrazo simple, en pasar los ratos, en disfrutar los amigos. A veces me cuelgo en la pared junto con las fotos de momentos pasados y vividos. Y porque crezco con la oportunidades que pierdo. Tengo dentro mío la convicción que algún día, sin razones ni excusas, estaré donde deba estar y sabré aprovechar el instante como quien disfruta de una copa vino o un café caliente. Y no me preguntaré nada y no me cuestionarás nada. Habrá solo un tiempo, un mismo espacio, un silencio franco con las manos abiertas. Porque algún día llegaré a tiempo a todos los lugares, a todas las personas. Sé que a veces no es mmi culpa. La mayoría de las pérdidas se las atribuyo al destino.
Me imagino al destino como un viejo degenerado, egoísta, de sombrero y bolsillos rotos.
No queda mucho, ni poco, queda todo lo que me imagine. Y porque esta es la única vida que tengo, seguiré apostándome entero, aunque hablen mal las viejas de la iglesia. Aunque me critiquen por intentarlo una y otra vez. Sé que estoy cerca, muy cerca. Aunque deba seguir perdiendo, cayendo, derrotándome. Presiento que el día llega con su luna impecable. Impoluta. Y a veces, cuando ésas cosas pasan, la gente se encuentra de a dos. Aunque no tengamos la certeza de cómo ni cuándo.
Porque te miro y veo un mundo entero. Porque tus gestos son transparentes y has sabido superar las ausencias y las pérdidas. Porque es más fácil para vos no mirar hacia atrás. Y está bien.
Dirás también que esto también es para Mariana, y yo me reiré apenas. Porque la única certeza que tengo es esa silla vacía que nadie ocupa. Que espera, que muevo de un lugar al otro, que llevo conmigo. Así de gigantes son los espacios cuando nadie los ocupa. Se convierten en aire, en reclamos, en poesía. Y aún después de escribir todo esto, seguís ganando vos. Porque vos te llevas los abrazos hacia cualquier parte. En cambio yo, juego al solitario. No me olvides, reclamo mirando al cielo. Porque he iniciado hace tiempo la mayor empresa de mi vida, aunque las cosas no me salgan como quisiera y me decepciones; porque habrá accidentes, fe de erratas, cansancio, perdones. Pero que aún así, tengo la certeza de llenar mis sillas y que la espera termine. Y que nunca más se vayan de ahí. Dirás que son fantasmas, ficciones. Yo prefiero llamarlas por su nombre. Cada silla tiene voz propia aunque ahora sólo sea un silencio repleto de incertidumbre.


viernes, 16 de septiembre de 2016

Olvidos

“A vos te queda la peor parte de la ausencia”, pensaba la mujer sentada en el último banco de una iglesia cualquiera. Sabía que detrás de los faros, el mar se llevaba todo. Pensar es fácil, sostuvo.
Sentía una gran diferencia entre quien espera y quien es esperado. Sabía que de un día para el otro dejaría de esperar. Que la muerte o la falta de ganas le arrebataría en un instante todas las imágenes posibles y que, aunque tratara, su nombre no sería más que una palabra de consonantes imposibles de pronunciar. Como otro idioma.
No entendía con exactitud qué era el olvido. Apenas supo que las cosas terminan cuando el café primero de la mañana ya no tejía en el aire ese humo sabroso de las cosas recién hechas. La otra noche hizo un esfuerzo tremendo por traerlo a su mente. En algún lugar esperaba encontrar sus ojos o su aliento. Pensó que esas cosas no desaparecían y sin embargo, se despertó con un extraño en la boca.
Corrió hasta la sala, abrió las cortinas de par en par, y se dio cuenta que su casa estaba llena de fantasmas. Fantasmas que desconocía desde hace tiempo.

Al día siguiente fue hasta el mar. Recorrió la costa de punta a punta y tampoco estaba. Fue hasta la iglesia donde el silencio era más profundo todavía. Sólo por eso iba a ese lugar. Para escuchar el silencio pacífico del olvido.

miércoles, 17 de agosto de 2016

lunes, 21 de marzo de 2016

Digamos

Digamos que sigues haciendo algunas cosas mal. Yo pensándote y vos con tus himnos en otras bocas simulando que ya has olvidado. Tus caminos también son mis caminos y veo los lagos reflejándose en tus ojos con la paciencia de quien espera sin sorpresa. Saber que fuimos, ya no, pero que fuimos una canción precipitada, una mañana cualquiera.

Digamos que fuiste, pero con cierta timidez, la poesía de mis manos soportando el abrazo y sus ausencias. El barrio es el mismo, salvo por las arrugas que se arriman a la vereda. Por algún lugar de todos los espacios, de todas las esquinas me entero algo de vos. Yo te veo más bien como una figura anómala, sin nombres ni deseo. De vez cuando te escribo una poesía para que no te vayas. Para que nunca dejes de irte. Y que no regreses y te mantengas con vida en las cosas cotidianas. Que seas, cuando menos, una brisa, un suspiro indescifrable, geométrico, perpendicular a la luna.

Digamos que a esta altura el recuerdo es mínimo. A veces te dejo ir, pensando que es para siempre, y otras veces, me suspendo en cielorraso en el vano intento por interpretar tu mente y mi mente fantasmagóricas. Siento que el olvido es así. Como un vaivén de preguntas y respuestas. A veces se hacen estatuas, plaza enteras, barrios, cuidades, con nombres de gentes que fueron. Para no olvidar. Para eso escribo tu nombre entre sueños, pesadillas, inimaginables persecuciones; crucigramas de manos, esquinas borrosas. Borrables.

Digamos para ser honesto, que le he perdido el rencor a los domingos. Y eso por vos. Porque los domingos de plazas, ya no son cementerios. Puedo tenerte y poseerte, sentir tu aliento junto a mi aliento en un breve instante, suspendido el tiempo en ese instante, donde todo puede pasar pero no pasa nada. Nunca pasa. Entiendo los finales completos, las historias cerradas, las vida consagradas, los plazos cumplidos, el silencio otorgado, la pausa finita e infinita entre tus distancias y las mías.

Y luego me convenzo que es mejor no creer en heroínas, aunque me sepa los finales de memoria, y siempre haya un capítulo para sentir el silencio acústico de las palabras que pensamos y no decimos. Definitivamente es mejor así. Que pretendamos con disimulo continuar con la ignorancia eficaz de tu mirada y la mía. Imaginate la tragedia, la guerra, el infortunio, la improbabilidad, las consecuencias, la eficacia, la ficción, lo orgásmico, lo inconveniente, de encontrarnos vos y yo. De casualidad sin proponernos el destierro."

domingo, 17 de enero de 2016

Todos estamos heridos



Se había puesto pensar un par de nombres. No hay nombres buenos. Detrás del café revuelto, había acaso una espina con grandes árboles y perfiles; y había también techos y calles que se cruzaban todo el tiempo hasta llegar a la soledad.
El silencio del pulso era apenas ese sonido raspado entre la lapicera y el papel. En su historia, las mañanas eran despedidas. Los ausentes eran ojos, eran párpados, eran riñones completos, pulmones, serpientes, abrazos. Eran soplos de esquinas, de canciones. La ausencia era ésa silla infinita y quieta. El viento le rasgaba una lágrima o algo así. La boca de su estómago era un lago que anunciaba el primer desfile de amaneceres solos.
El muelle tenía la forma de cicatriz. Y ese par de piernas enfiladas hacia la nada en una línea imaginaria de perdones demorados.
Se pellizcó los labios con los dientes, como una especie de mueca. Hinchó su pecho con una reverencia hacia la tarde y dejó caer su cabello sobre sus hombros de mujer cadavérica.   
 Desde lejos llegó una sombra y apoyó sus dedos donde termina la clavícula.
Ella se hizo la desentendida sólo para no nombrarlo.

Los nombres eran ausentes también, y me pregunté al verlos, se me vino a la cabeza la idea de pensar por qué la gente se insiste todo el tiempo; si el amor es una masacre.