viernes, 16 de septiembre de 2016

Olvidos

“A vos te queda la peor parte de la ausencia”, pensaba la mujer sentada en el último banco de una iglesia cualquiera. Sabía que detrás de los faros, el mar se llevaba todo. Pensar es fácil, sostuvo.
Sentía una gran diferencia entre quien espera y quien es esperado. Sabía que de un día para el otro dejaría de esperar. Que la muerte o la falta de ganas le arrebataría en un instante todas las imágenes posibles y que, aunque tratara, su nombre no sería más que una palabra de consonantes imposibles de pronunciar. Como otro idioma.
No entendía con exactitud qué era el olvido. Apenas supo que las cosas terminan cuando el café primero de la mañana ya no tejía en el aire ese humo sabroso de las cosas recién hechas. La otra noche hizo un esfuerzo tremendo por traerlo a su mente. En algún lugar esperaba encontrar sus ojos o su aliento. Pensó que esas cosas no desaparecían y sin embargo, se despertó con un extraño en la boca.
Corrió hasta la sala, abrió las cortinas de par en par, y se dio cuenta que su casa estaba llena de fantasmas. Fantasmas que desconocía desde hace tiempo.

Al día siguiente fue hasta el mar. Recorrió la costa de punta a punta y tampoco estaba. Fue hasta la iglesia donde el silencio era más profundo todavía. Sólo por eso iba a ese lugar. Para escuchar el silencio pacífico del olvido.