Porque puede que no recuerde aquellas cosas; la memoria es
un tránsito sencillo que a veces nos juega una mala pasada. Porque puede que
llegue tarde, que las esperas se terminen en los principios. Que no sepa las
razones por las cuales tu viejo se fue. Porque siempre estamos cerca y lejos a
la vez; y nos separan océanos de amarguras saladas. Porque miles de veces me
dijeron que el cielo es el límite y vemos huellas en la luna. Porque a veces no
hay razones ni excusas, y sin embargo las cosas pasan. No existen motivos para
la mayoría de los días. Pasan porque sí. Porque tienen que pasar. Porque éramos
dos chicos jugando a lo que sabíamos y nos salía. Y yo no supe las reglas, no
me las aprendí. Y porque los relojes suenan como una música de piano que se
tocan solos. Giran y giran las agujas, como el mundo, como una calesita. Y yo
te presto mis manos con la inocencia de saber que te he perdido. Que nos
perdimos.
Y porque también me equivoqué de poesía, pero cada día me
preguntaba siempre la misma canción. ¿Dónde estabas entonces? Porque las veces
que quisimos encontrarnos elegíamos caminos distintos, que nos llevaban también
a otros pueblos. En mi mente guardaba la ilusión de saber que estabas cerca,
porque te sentía respirando mi nombre, con el aliento, con el suspiro hondo de
la derrota y las despedidas. Porque quizá no hubo un espacio sencillo para la
palabra justa. Tengo la torpeza de decir las cosas inoportunamente tarde. Ya no
hago promesas como entonces. Revivo en la experiencia de un abrazo simple, en
pasar los ratos, en disfrutar los amigos. A veces me cuelgo en la pared junto
con las fotos de momentos pasados y vividos. Y porque crezco con la
oportunidades que pierdo. Tengo dentro mío la convicción que algún día, sin
razones ni excusas, estaré donde deba estar y sabré aprovechar el instante como
quien disfruta de una copa vino o un café caliente. Y no me preguntaré nada y
no me cuestionarás nada. Habrá solo un tiempo, un mismo espacio, un silencio
franco con las manos abiertas. Porque algún día llegaré a tiempo a todos los
lugares, a todas las personas. Sé que a veces no es mmi culpa. La mayoría de
las pérdidas se las atribuyo al destino.
Me imagino al destino como un viejo degenerado, egoísta, de
sombrero y bolsillos rotos.
No queda mucho, ni poco, queda todo lo que me imagine. Y
porque esta es la única vida que tengo, seguiré apostándome entero, aunque
hablen mal las viejas de la iglesia. Aunque me critiquen por intentarlo una y
otra vez. Sé que estoy cerca, muy cerca. Aunque deba seguir perdiendo, cayendo,
derrotándome. Presiento que el día llega con su luna impecable. Impoluta. Y a
veces, cuando ésas cosas pasan, la gente se encuentra de a dos. Aunque no tengamos
la certeza de cómo ni cuándo.
Porque te miro y veo un mundo entero. Porque tus gestos son
transparentes y has sabido superar las ausencias y las pérdidas. Porque es más
fácil para vos no mirar hacia atrás. Y está bien.
Dirás también que esto también es para Mariana, y yo me
reiré apenas. Porque la única certeza que tengo es esa silla vacía que nadie
ocupa. Que espera, que muevo de un lugar al otro, que llevo conmigo. Así de
gigantes son los espacios cuando nadie los ocupa. Se convierten en aire, en
reclamos, en poesía. Y aún después de escribir todo esto, seguís ganando vos.
Porque vos te llevas los abrazos hacia cualquier parte. En cambio yo, juego al
solitario. No me olvides, reclamo mirando al cielo. Porque he iniciado hace tiempo
la mayor empresa de mi vida, aunque las cosas no me salgan como quisiera y me
decepciones; porque habrá accidentes, fe de erratas, cansancio, perdones. Pero
que aún así, tengo la certeza de llenar mis sillas y que la espera termine. Y
que nunca más se vayan de ahí. Dirás que son fantasmas, ficciones. Yo prefiero
llamarlas por su nombre. Cada silla tiene voz propia aunque ahora sólo sea un
silencio repleto de incertidumbre.