Imaginate sus ojos de asombro, dijo. Y abrió sus brazos con
fuerza hasta quedar mínima y suspendida en el aire.
Hoy la soledad era otra cosa. (Por los delitos del tiempo
que quedan impunes en cualquier rincón.) Fue achicar uno o dos ambientes,
vender las sillas de estilo donde habían sentado los años un tiempo antes,
envolver en papel de diario las cosas frágiles que por fortuna, ya no tenían valor.
Sacar los libros uno a uno de la biblioteca y empacarlos. Saborear ese último vaso
de vino juntos que ya no quedaría postrado en el cristalero antiguo.
Imaginate el silencio todo ahí junto y porfiado. Ella
sabiendo lo que ya ni se había puesto a pensar, dibujando habitaciones blancas
y pulcras. El silencio fortuito, sus manos ásperas arremangando un punto final,
el piso de tango y barcos, las maletas acomodadas al lado de la puerta, el
zarpazo de las preguntas, los nudos en la garganta, los tapones en los ojos, el
camino llano, la espera joven, y una pequeña ventana al lado del pecho, como un
hueco insoportable y profundo.
Imaginate un faro, el suspenso irritable de la voz
inconclusa, la misa de las 9, la ficción de las calles yendo y volviendo a los
lugares comunes, la luz tibia que se va apagando al final del aplauso (y sin
saberlo), una canción magnífica que habla de las cosas del amor.
Escribió otra poesía (no la última), íntima charla con lo
que no se dio y pudo ser, y en seguida le salió una imagen que hubiera sido
mejor cantarla. Imaginate sus pestañas pesadas y adormecidas llegando puntuales
cada mañana hasta su abrazo, un rostro y dos agostos le perforan sus zonas
blandas hasta darse por satisfecha cuando balancea en sus manos el esmero que a
veces trae el recuerdo. Sabía que olvido no era una posibilidad, mientras
cebaba un mate amargo, larguísimo esa tarde.
Después del piano, venía su boca murmurando las ganas de
irse de aquellos espacios; minúscula y cursiva quedó tiritando sus nombres, y
como una queja dejó que la luz se metiera hasta sus huesos.
¿Esto es la soledad?, preguntó sin sustos.
Imaginate la respuesta de invierno que pintó aquel domingo;
sin barcos, sin sillas, sin libros, durmiendo tapada hasta la cabeza, con pies los
fríos esta vez.