lunes, 29 de septiembre de 2014

YO ME QUEDE

Escribí esto más que nada para perderlo.
Tantas veces me pasa escribir algo y no encontrarlo por ninguna parte…
Sé que vas a entender. Vos mujer del aire, que siempre entendés todo, te regalo éste poema de explicación. Te diré que pusiste la voz en la llaga con la poesía del otro día.
Y ahí me quedé…
Te ví volar por encima mío llevando en tus codos las charlas mientras me reía de todo.
No pude irme, aunque moría de ganas de salir corriendo a buscarte.
Y ahí me quedé, soplando las palabras hacia arriba (como las burbujas) sabía de tus libros, de ésas historias, del otoño en tus ojos profundos. Atrás de tu paciencia ya tenías dibujadas un par de alas.
En cambio elegí atarme los zapatos para no caerme. Yo y mis miedos!
Te devolví el saludo que me hacías desde el aire con tu mano extendida. 
No supe si era un convite o qué. Y me quedé. Lleno de tu magia ausente de tus palabras revolcándose entre las sábanas del perfume fresco de la mañana que me dibujabas con una mueca de afecto.
Me quedé esperando que septiembre viniera con las buenas nuevas. Que me dijeras que está bien.
Que todo se va a solucionar. Mientras vos te ibas me mirabas apenas por sobre tu hombro.
Y yo me quedé!

Me quedé pensando

ésta poesía.

lunes, 18 de agosto de 2014

EL CAMINO DEL VIAJERO

No hubo un puerto específico. Todos los lugares eran míos y no. A veces empezar desde una partida significa que el camino debe andarse. No queda otra. Recuerdo que agarré un bolso apenas repleto y el pasaporte ya lo había imaginado antes lleno de sellos. No tengo la menor idea donde me llevan los caminos, entiendo, que siempre habrá al menos dos posibilidades: partir y regresar. Me imaginé muchas veces la mano alzada como despidiéndome de algo o de alguien, sin embargo los andenes siempre estaban vacios. Así nos despedimos a menudo. Con la simpatía de no saber nada del mundo. De no saber nada del otro. Y a veces está bien ser desconocidos, la sorpresa llegará cuando el sol tibio de las bienvenidas nos abran los brazos sin importar a qué lugares vamos o de dónde venimos.
Al fin y al cabo somos nómades por naturaleza. Ni aun estando estamos. Nunca quietos, palpitamos la inconsciencia de lo desconocido casi por capricho. Está bueno no saber. De eso se tratan los mapas y las guías. Caminar con el rumbo inespecífico de la vida. Dejarnos sorprender por la belleza de los días, de un amanecer apenas, de las pequeñas cosas. Olvidarnos los nombres, como crucigramas incompletos para llenar otros casilleros. En algún punto, cada partida, necesariamente, debe ser una bienvenida. Lo digo para aquellos que vamos y venimos todo el tiempo.
Saber que una postal no debe tener necesariamente un remitente. Darnos cuenta que, de todos modos, las personas somos fantasmas en tránsito. No nos pertenecemos a alguna parte; y la experiencia de los pasos nos llevarán a recuerdos de donde nunca estuvimos. Jamás me imaginé parado dos veces en un mismo punto del mapa.
Las calles que se arriman como sopapos una sobre otra, sabrán servir de poesía. Aquella memoria musical de todas las cosas. Cada tango pertenece a un aeropuerto. Rústica la mirada sabrá perderse en esa línea siempre inalcanzable del horizonte, allí donde las fronteras nos esperan con una historia de café.

 Los viajeros no nos conformamos con comprar un par de alas. Volar tiene que ver con el espíritu y no con la mecánica manía de partir. Nada nos asegura la espera. Pero sin dudas que siempre alguien habrá para abrirnos las puertas de los ojos de par en par. Y como fotografías, iremos dejando una marca en algo o en alguien. Como quien viaja sin irse. Como quien se va, sin partir jamás.

martes, 17 de junio de 2014

"LA ESPERA EN SU BOCA"

La vi ahí quieta, como parando al mundo entre sus ojos. Me pregunté qué terribles pensamientos darían vuelta por sus plateas,  en aquel hospital psiquiátrico. Yo le alcancé mi aliento como quien le apoya una mano sobre el hombro. Ella no supo o no quiso responderme con la mirada. Tan sólo se fue de nuevo, sin mover siquiera un único músculo. Su cuerpo estaba perdido, enredado en alguna extraña obsesión. Sabía que era todo lo que tenía. Eso era la soledad. Quise definirla en una sola palabra, en un verso siquiera y me salió ésta imagen. El suelo tibio de aquel escalón me lo dijo todo. Yo me empecinaba en escuchar una mueca de su pasado, ella seguramente habría pedido que me vaya rápido. Creo que no le importaba nada más. Ni siquiera estaba ahí ese nombre que no nombra. Ya no aguarda la visita de alguien que tarda en llegar. Eso es la espera, insistí.  Ella se rascó la cabeza como un último esfuerzo.  Después supe que todas las mañanas de todos los días salía al patio, se sentaba ahí donde la encontré y se ponía a mirar un punto fijo. No supe imaginarme sus heridas o sus deseos más íntimos. Reanudó sin voluntad su respiración una vez más. Supimos que los amantes a veces se van, y la piel se cuaja con el cansancio. Alguien debió extraviarla, pensé. Alguien debió dejar una promesa sin cumplir en toda esa gloria amotinada.