lunes, 18 de agosto de 2014

EL CAMINO DEL VIAJERO

No hubo un puerto específico. Todos los lugares eran míos y no. A veces empezar desde una partida significa que el camino debe andarse. No queda otra. Recuerdo que agarré un bolso apenas repleto y el pasaporte ya lo había imaginado antes lleno de sellos. No tengo la menor idea donde me llevan los caminos, entiendo, que siempre habrá al menos dos posibilidades: partir y regresar. Me imaginé muchas veces la mano alzada como despidiéndome de algo o de alguien, sin embargo los andenes siempre estaban vacios. Así nos despedimos a menudo. Con la simpatía de no saber nada del mundo. De no saber nada del otro. Y a veces está bien ser desconocidos, la sorpresa llegará cuando el sol tibio de las bienvenidas nos abran los brazos sin importar a qué lugares vamos o de dónde venimos.
Al fin y al cabo somos nómades por naturaleza. Ni aun estando estamos. Nunca quietos, palpitamos la inconsciencia de lo desconocido casi por capricho. Está bueno no saber. De eso se tratan los mapas y las guías. Caminar con el rumbo inespecífico de la vida. Dejarnos sorprender por la belleza de los días, de un amanecer apenas, de las pequeñas cosas. Olvidarnos los nombres, como crucigramas incompletos para llenar otros casilleros. En algún punto, cada partida, necesariamente, debe ser una bienvenida. Lo digo para aquellos que vamos y venimos todo el tiempo.
Saber que una postal no debe tener necesariamente un remitente. Darnos cuenta que, de todos modos, las personas somos fantasmas en tránsito. No nos pertenecemos a alguna parte; y la experiencia de los pasos nos llevarán a recuerdos de donde nunca estuvimos. Jamás me imaginé parado dos veces en un mismo punto del mapa.
Las calles que se arriman como sopapos una sobre otra, sabrán servir de poesía. Aquella memoria musical de todas las cosas. Cada tango pertenece a un aeropuerto. Rústica la mirada sabrá perderse en esa línea siempre inalcanzable del horizonte, allí donde las fronteras nos esperan con una historia de café.

 Los viajeros no nos conformamos con comprar un par de alas. Volar tiene que ver con el espíritu y no con la mecánica manía de partir. Nada nos asegura la espera. Pero sin dudas que siempre alguien habrá para abrirnos las puertas de los ojos de par en par. Y como fotografías, iremos dejando una marca en algo o en alguien. Como quien viaja sin irse. Como quien se va, sin partir jamás.