lunes, 28 de noviembre de 2016

Prosa tardía

Porque puede que no recuerde aquellas cosas; la memoria es un tránsito sencillo que a veces nos juega una mala pasada. Porque puede que llegue tarde, que las esperas se terminen en los principios. Que no sepa las razones por las cuales tu viejo se fue. Porque siempre estamos cerca y lejos a la vez; y nos separan océanos de amarguras saladas. Porque miles de veces me dijeron que el cielo es el límite y vemos huellas en la luna. Porque a veces no hay razones ni excusas, y sin embargo las cosas pasan. No existen motivos para la mayoría de los días. Pasan porque sí. Porque tienen que pasar. Porque éramos dos chicos jugando a lo que sabíamos y nos salía. Y yo no supe las reglas, no me las aprendí. Y porque los relojes suenan como una música de piano que se tocan solos. Giran y giran las agujas, como el mundo, como una calesita. Y yo te presto mis manos con la inocencia de saber que te he perdido. Que nos perdimos.
Y porque también me equivoqué de poesía, pero cada día me preguntaba siempre la misma canción. ¿Dónde estabas entonces? Porque las veces que quisimos encontrarnos elegíamos caminos distintos, que nos llevaban también a otros pueblos. En mi mente guardaba la ilusión de saber que estabas cerca, porque te sentía respirando mi nombre, con el aliento, con el suspiro hondo de la derrota y las despedidas. Porque quizá no hubo un espacio sencillo para la palabra justa. Tengo la torpeza de decir las cosas inoportunamente tarde. Ya no hago promesas como entonces. Revivo en la experiencia de un abrazo simple, en pasar los ratos, en disfrutar los amigos. A veces me cuelgo en la pared junto con las fotos de momentos pasados y vividos. Y porque crezco con la oportunidades que pierdo. Tengo dentro mío la convicción que algún día, sin razones ni excusas, estaré donde deba estar y sabré aprovechar el instante como quien disfruta de una copa vino o un café caliente. Y no me preguntaré nada y no me cuestionarás nada. Habrá solo un tiempo, un mismo espacio, un silencio franco con las manos abiertas. Porque algún día llegaré a tiempo a todos los lugares, a todas las personas. Sé que a veces no es mmi culpa. La mayoría de las pérdidas se las atribuyo al destino.
Me imagino al destino como un viejo degenerado, egoísta, de sombrero y bolsillos rotos.
No queda mucho, ni poco, queda todo lo que me imagine. Y porque esta es la única vida que tengo, seguiré apostándome entero, aunque hablen mal las viejas de la iglesia. Aunque me critiquen por intentarlo una y otra vez. Sé que estoy cerca, muy cerca. Aunque deba seguir perdiendo, cayendo, derrotándome. Presiento que el día llega con su luna impecable. Impoluta. Y a veces, cuando ésas cosas pasan, la gente se encuentra de a dos. Aunque no tengamos la certeza de cómo ni cuándo.
Porque te miro y veo un mundo entero. Porque tus gestos son transparentes y has sabido superar las ausencias y las pérdidas. Porque es más fácil para vos no mirar hacia atrás. Y está bien.
Dirás también que esto también es para Mariana, y yo me reiré apenas. Porque la única certeza que tengo es esa silla vacía que nadie ocupa. Que espera, que muevo de un lugar al otro, que llevo conmigo. Así de gigantes son los espacios cuando nadie los ocupa. Se convierten en aire, en reclamos, en poesía. Y aún después de escribir todo esto, seguís ganando vos. Porque vos te llevas los abrazos hacia cualquier parte. En cambio yo, juego al solitario. No me olvides, reclamo mirando al cielo. Porque he iniciado hace tiempo la mayor empresa de mi vida, aunque las cosas no me salgan como quisiera y me decepciones; porque habrá accidentes, fe de erratas, cansancio, perdones. Pero que aún así, tengo la certeza de llenar mis sillas y que la espera termine. Y que nunca más se vayan de ahí. Dirás que son fantasmas, ficciones. Yo prefiero llamarlas por su nombre. Cada silla tiene voz propia aunque ahora sólo sea un silencio repleto de incertidumbre.


viernes, 16 de septiembre de 2016

Olvidos

“A vos te queda la peor parte de la ausencia”, pensaba la mujer sentada en el último banco de una iglesia cualquiera. Sabía que detrás de los faros, el mar se llevaba todo. Pensar es fácil, sostuvo.
Sentía una gran diferencia entre quien espera y quien es esperado. Sabía que de un día para el otro dejaría de esperar. Que la muerte o la falta de ganas le arrebataría en un instante todas las imágenes posibles y que, aunque tratara, su nombre no sería más que una palabra de consonantes imposibles de pronunciar. Como otro idioma.
No entendía con exactitud qué era el olvido. Apenas supo que las cosas terminan cuando el café primero de la mañana ya no tejía en el aire ese humo sabroso de las cosas recién hechas. La otra noche hizo un esfuerzo tremendo por traerlo a su mente. En algún lugar esperaba encontrar sus ojos o su aliento. Pensó que esas cosas no desaparecían y sin embargo, se despertó con un extraño en la boca.
Corrió hasta la sala, abrió las cortinas de par en par, y se dio cuenta que su casa estaba llena de fantasmas. Fantasmas que desconocía desde hace tiempo.

Al día siguiente fue hasta el mar. Recorrió la costa de punta a punta y tampoco estaba. Fue hasta la iglesia donde el silencio era más profundo todavía. Sólo por eso iba a ese lugar. Para escuchar el silencio pacífico del olvido.

miércoles, 17 de agosto de 2016

lunes, 21 de marzo de 2016

Digamos

Digamos que sigues haciendo algunas cosas mal. Yo pensándote y vos con tus himnos en otras bocas simulando que ya has olvidado. Tus caminos también son mis caminos y veo los lagos reflejándose en tus ojos con la paciencia de quien espera sin sorpresa. Saber que fuimos, ya no, pero que fuimos una canción precipitada, una mañana cualquiera.

Digamos que fuiste, pero con cierta timidez, la poesía de mis manos soportando el abrazo y sus ausencias. El barrio es el mismo, salvo por las arrugas que se arriman a la vereda. Por algún lugar de todos los espacios, de todas las esquinas me entero algo de vos. Yo te veo más bien como una figura anómala, sin nombres ni deseo. De vez cuando te escribo una poesía para que no te vayas. Para que nunca dejes de irte. Y que no regreses y te mantengas con vida en las cosas cotidianas. Que seas, cuando menos, una brisa, un suspiro indescifrable, geométrico, perpendicular a la luna.

Digamos que a esta altura el recuerdo es mínimo. A veces te dejo ir, pensando que es para siempre, y otras veces, me suspendo en cielorraso en el vano intento por interpretar tu mente y mi mente fantasmagóricas. Siento que el olvido es así. Como un vaivén de preguntas y respuestas. A veces se hacen estatuas, plaza enteras, barrios, cuidades, con nombres de gentes que fueron. Para no olvidar. Para eso escribo tu nombre entre sueños, pesadillas, inimaginables persecuciones; crucigramas de manos, esquinas borrosas. Borrables.

Digamos para ser honesto, que le he perdido el rencor a los domingos. Y eso por vos. Porque los domingos de plazas, ya no son cementerios. Puedo tenerte y poseerte, sentir tu aliento junto a mi aliento en un breve instante, suspendido el tiempo en ese instante, donde todo puede pasar pero no pasa nada. Nunca pasa. Entiendo los finales completos, las historias cerradas, las vida consagradas, los plazos cumplidos, el silencio otorgado, la pausa finita e infinita entre tus distancias y las mías.

Y luego me convenzo que es mejor no creer en heroínas, aunque me sepa los finales de memoria, y siempre haya un capítulo para sentir el silencio acústico de las palabras que pensamos y no decimos. Definitivamente es mejor así. Que pretendamos con disimulo continuar con la ignorancia eficaz de tu mirada y la mía. Imaginate la tragedia, la guerra, el infortunio, la improbabilidad, las consecuencias, la eficacia, la ficción, lo orgásmico, lo inconveniente, de encontrarnos vos y yo. De casualidad sin proponernos el destierro."

domingo, 17 de enero de 2016

Todos estamos heridos



Se había puesto pensar un par de nombres. No hay nombres buenos. Detrás del café revuelto, había acaso una espina con grandes árboles y perfiles; y había también techos y calles que se cruzaban todo el tiempo hasta llegar a la soledad.
El silencio del pulso era apenas ese sonido raspado entre la lapicera y el papel. En su historia, las mañanas eran despedidas. Los ausentes eran ojos, eran párpados, eran riñones completos, pulmones, serpientes, abrazos. Eran soplos de esquinas, de canciones. La ausencia era ésa silla infinita y quieta. El viento le rasgaba una lágrima o algo así. La boca de su estómago era un lago que anunciaba el primer desfile de amaneceres solos.
El muelle tenía la forma de cicatriz. Y ese par de piernas enfiladas hacia la nada en una línea imaginaria de perdones demorados.
Se pellizcó los labios con los dientes, como una especie de mueca. Hinchó su pecho con una reverencia hacia la tarde y dejó caer su cabello sobre sus hombros de mujer cadavérica.   
 Desde lejos llegó una sombra y apoyó sus dedos donde termina la clavícula.
Ella se hizo la desentendida sólo para no nombrarlo.

Los nombres eran ausentes también, y me pregunté al verlos, se me vino a la cabeza la idea de pensar por qué la gente se insiste todo el tiempo; si el amor es una masacre.   

miércoles, 28 de octubre de 2015

Dias como éstos

Ella solo escribía para desahogarse. A veces un pulmón entero le salía del pulso, y los caminos se aferraban con las manos hasta sus talones. Ella los arrastraba. El otro la miraba desde la ventana, por una pequeña solapa de pantalones largos. Tenía tanta angustia encima!
Dejó una palabra sobre la mesa, la mirada la recostó en un plato dentro de la heladera. Había también en su pocillo uno ojo entero. Lo tomó con la cuchara, con un poco de asco, y escribió una canción entera. La poesía fue espantosa. Días así no debería escribir. Sin embargo, esa noche se soñaron en un mismo libro. La vida es así. Somos dos personajes siniestros de cualquier historia, le dijo mientras le daba un culazo. 
En algún punto fueron rutina. Hoy ya son historia. Los dos.

sábado, 8 de agosto de 2015

Agosto

-Me habían dicho que no iba a venir. Que las promesas son tan sensibles al tiempo que cuesta cumplirlas. Que no me haga ilusiones. Yo como buen capricorniano, me hice ilusiones. Habría dicho todas las cosas que antes no dije. Y me hubiera preguntado si valía la pena.
-Porque realmente valdría la pena,  - dijo.
-Y habría esperado por horas en la aquella esquina. Esperando solo que el tiempo pase, que pasen los autos, las nubes, que pase su suspiro como un ánima que se cruzó en ese mismo lugar mucho tiempo antes. Y hubiera recordado cada uno de esos hermosos momentos.
-Espantosos momentos
-Y hubiera recordado cada uno de esos espantosos momentos, simples recuerdos, abrazos extemporáneos, miradas cómplices. Y con la vista puesta en sus ojos transparentes le hubiera pedido que no me deje. Ambos nos miraríamos como entonces, como antes. Con la sensación que el tiempo no había pasado.
-Porque nunca lo fue
-Porque nunca lo será. Le hubiera escrito un libro de razones que sirvieran de abrazo. En mi mente también le daría un beso de esos que se dan en estos momentos. Sentiríamos el piano de fondo, y en milésimas partes pasarían los recuerdos uno a uno, recorriendo las calles que antes nos vieron juntos. Mucho antes.  Habría preguntado cómo está después de tanto tiempo y me hubiera respondido con esa mueca de siempre que alcanza para entendernos sin palabras y que sólo nosotros conocemos. Pero me dijeron que no iba a venir. Yo me sentía como un pavo esperando sin que llegue. No le pregunté las razones pero sé que me hubiera respondido igual. Me diría que está bien, que no me haga problema.
-Te diría que está bien, que no te hagas problema.
-Silbaría esa canción que no me gusta pero que vendría justo para este momento. Tarde, irrumpes en mi vida. Y el vacío empezaría poco a poco a caer como un rocío sobre todos los que esperamos en ésta esquina. Haríamos un coro de lágrimas que no salen. De abrazos que no se dan. Miraríamos hacía arriba buscando una certeza. La luna, con su impronta egocéntrica tendría todo el protagonismo. Sentiría la sorpresa que todas las cosas le daban. Vería su mano señalándolo todo, todas las primeras veces que no se pueden olvidar. Pienso que el olvido se llevó tantas cosas. Y suspiraría hondo, llenándome el pecho de esos mismos interrogantes que nunca acabarían. Se me vienen encima todos los lugares a la vez.
­-Porque no hay un lugar

-Y porque nunca lo habrá. Porque siento que espero en todas partes. Que da igual. Y ya con la voz baja se iría apagando cada luz de la calle. A veces haciéndome el fuerte, otras veces con los ojos enrarecidos preguntaría la hora. Pensando que la espera recién empieza. Que no va a tardar. Que algo le habría pasado, algo importante, algo trascendental en sus días que hicieron más larga su demora. Mientras tanto vendría desde la orilla del mar una huella, un paréntesis o unos puntos suspensivos. Sentiría su abrazo pendiente. Me hamacaría la mirada de un lado hacia el otro por encima del hombro para mirar de nuevo con disimulo. Como si no fuera evidente todo ya. Habría guardado de nuevo el saludo que siempre ensayo, para estos momentos, para cuando pienso que estaría bueno charlar. Y me sonreiría con el de al lado. Y le haría una mueca con la ceja levantada haciéndome el desentendido.

miércoles, 29 de julio de 2015

De pueblo en pueblo

La puerta había tomado la forma del olvido. Primogénito el silencio se esparció en columnas apiladas por toda la ciudad. Así se construyeron pueblos enteros. A veces, no hubo un solo día en que todo fuera tranquilamente silencioso. Y caminar esas calles mojadas, repletas de hojas anaranjadas hacía más húmedo su nombre. La paciencia se convirtió en poesía y sus ojos caminaban como meneando el tiempo. Ese rasguño en la cara, apilado arruga sobre arruga, mantenía intacto el anhelo de volverse a encontrar. Pero, ¿cuándo? ¿de qué forma? ¿en qué preciso momento, de todos los momentos de espera, podrían cruzar al menos una palabra? Se peguntó. Una palabra, una mueca, un revoleo de párpados, un aleteo de caderas, que no hayan sido antes canción. Se habían imaginado de mil formas distintas, olvidándose poco a poco hasta convertirse en dos extraños perfectos del tiempo y de las barcas. Así termina todo, dijo uno de los dos mientras se encogía de hombros. Ahora la distancia era apenas un susurro. Como una brisa que te salpica en la cara una lágrima de poeta. Los finales son finales dijo alguno que esperaba en los andenes de todos los pueblos. De pueblo en pueblo. Llevaba consigo su nombre escrito. La memoria suele ser tan espantosa con los años que la gente tiende a olvidarse las cosas esenciales. Y siguió esperando con el paso erguido y la voz tomada. Guardando una sola palabra para cuando se cruzasen. No vaya a ser cosa que para entonces se haya gastado la voz, pensó. Y cerró los ojos imaginándose todo.

lunes, 29 de septiembre de 2014

YO ME QUEDE

Escribí esto más que nada para perderlo.
Tantas veces me pasa escribir algo y no encontrarlo por ninguna parte…
Sé que vas a entender. Vos mujer del aire, que siempre entendés todo, te regalo éste poema de explicación. Te diré que pusiste la voz en la llaga con la poesía del otro día.
Y ahí me quedé…
Te ví volar por encima mío llevando en tus codos las charlas mientras me reía de todo.
No pude irme, aunque moría de ganas de salir corriendo a buscarte.
Y ahí me quedé, soplando las palabras hacia arriba (como las burbujas) sabía de tus libros, de ésas historias, del otoño en tus ojos profundos. Atrás de tu paciencia ya tenías dibujadas un par de alas.
En cambio elegí atarme los zapatos para no caerme. Yo y mis miedos!
Te devolví el saludo que me hacías desde el aire con tu mano extendida. 
No supe si era un convite o qué. Y me quedé. Lleno de tu magia ausente de tus palabras revolcándose entre las sábanas del perfume fresco de la mañana que me dibujabas con una mueca de afecto.
Me quedé esperando que septiembre viniera con las buenas nuevas. Que me dijeras que está bien.
Que todo se va a solucionar. Mientras vos te ibas me mirabas apenas por sobre tu hombro.
Y yo me quedé!

Me quedé pensando

ésta poesía.

lunes, 18 de agosto de 2014

EL CAMINO DEL VIAJERO

No hubo un puerto específico. Todos los lugares eran míos y no. A veces empezar desde una partida significa que el camino debe andarse. No queda otra. Recuerdo que agarré un bolso apenas repleto y el pasaporte ya lo había imaginado antes lleno de sellos. No tengo la menor idea donde me llevan los caminos, entiendo, que siempre habrá al menos dos posibilidades: partir y regresar. Me imaginé muchas veces la mano alzada como despidiéndome de algo o de alguien, sin embargo los andenes siempre estaban vacios. Así nos despedimos a menudo. Con la simpatía de no saber nada del mundo. De no saber nada del otro. Y a veces está bien ser desconocidos, la sorpresa llegará cuando el sol tibio de las bienvenidas nos abran los brazos sin importar a qué lugares vamos o de dónde venimos.
Al fin y al cabo somos nómades por naturaleza. Ni aun estando estamos. Nunca quietos, palpitamos la inconsciencia de lo desconocido casi por capricho. Está bueno no saber. De eso se tratan los mapas y las guías. Caminar con el rumbo inespecífico de la vida. Dejarnos sorprender por la belleza de los días, de un amanecer apenas, de las pequeñas cosas. Olvidarnos los nombres, como crucigramas incompletos para llenar otros casilleros. En algún punto, cada partida, necesariamente, debe ser una bienvenida. Lo digo para aquellos que vamos y venimos todo el tiempo.
Saber que una postal no debe tener necesariamente un remitente. Darnos cuenta que, de todos modos, las personas somos fantasmas en tránsito. No nos pertenecemos a alguna parte; y la experiencia de los pasos nos llevarán a recuerdos de donde nunca estuvimos. Jamás me imaginé parado dos veces en un mismo punto del mapa.
Las calles que se arriman como sopapos una sobre otra, sabrán servir de poesía. Aquella memoria musical de todas las cosas. Cada tango pertenece a un aeropuerto. Rústica la mirada sabrá perderse en esa línea siempre inalcanzable del horizonte, allí donde las fronteras nos esperan con una historia de café.

 Los viajeros no nos conformamos con comprar un par de alas. Volar tiene que ver con el espíritu y no con la mecánica manía de partir. Nada nos asegura la espera. Pero sin dudas que siempre alguien habrá para abrirnos las puertas de los ojos de par en par. Y como fotografías, iremos dejando una marca en algo o en alguien. Como quien viaja sin irse. Como quien se va, sin partir jamás.

martes, 17 de junio de 2014

"LA ESPERA EN SU BOCA"

La vi ahí quieta, como parando al mundo entre sus ojos. Me pregunté qué terribles pensamientos darían vuelta por sus plateas,  en aquel hospital psiquiátrico. Yo le alcancé mi aliento como quien le apoya una mano sobre el hombro. Ella no supo o no quiso responderme con la mirada. Tan sólo se fue de nuevo, sin mover siquiera un único músculo. Su cuerpo estaba perdido, enredado en alguna extraña obsesión. Sabía que era todo lo que tenía. Eso era la soledad. Quise definirla en una sola palabra, en un verso siquiera y me salió ésta imagen. El suelo tibio de aquel escalón me lo dijo todo. Yo me empecinaba en escuchar una mueca de su pasado, ella seguramente habría pedido que me vaya rápido. Creo que no le importaba nada más. Ni siquiera estaba ahí ese nombre que no nombra. Ya no aguarda la visita de alguien que tarda en llegar. Eso es la espera, insistí.  Ella se rascó la cabeza como un último esfuerzo.  Después supe que todas las mañanas de todos los días salía al patio, se sentaba ahí donde la encontré y se ponía a mirar un punto fijo. No supe imaginarme sus heridas o sus deseos más íntimos. Reanudó sin voluntad su respiración una vez más. Supimos que los amantes a veces se van, y la piel se cuaja con el cansancio. Alguien debió extraviarla, pensé. Alguien debió dejar una promesa sin cumplir en toda esa gloria amotinada.

domingo, 22 de septiembre de 2013

ESA MANIA DE PARTIR...


Que extraño pensar que aún forme parte de tus caprichos, esto de extrañarme muchísimo no me alcanza, aunque me hayas dicho que soy parte de tu olvido, tampoco me hubiera gustado ser esa parte de algo.
Acá me voy a detener un segundo. 
Parte, partir, son dos palabras que detesto y por eso las repito al inicio.  Por un lado, porque en cualquiera de sus acepciones me disgusta , por otro, su sonido es escéptico, increíble, doloroso. No hay merteolate que alcance. 
Parte,  como porción, como algo pequeño, como un complemento que no llega a complementar nada. Parte de partir, de irse, de huir, de escaparse de todo y de todos. Parte, de romper, de partir, de disolver, de hacer añicos alguna cosa.
Y me puse un rato en pensar el sentido que le das a las palabras, la orientación de la voz, la posición del cuerpo, qué postura o tonada habrás tenido al escribir que yo soy parte de algo tuyo. Inclusive esa percepción de pertenecerle a alguien me molesta intensamente. Y ojo, que escribo adjetivando para que entiendas que las personas no se poseen todo el tiempo. Yo decido prestarte, convidarte algo mío. Yo defino hasta cuando, hasta dónde. Amaso la paciencia, la exagero, miro hacia un costado y al otro, me fumo una canción de Arjona, pero siempre aparece el pronombre YO, a propósito, como preposición, delante de todo. A pesar de todo.
Y no hablo de resignación, ni de cansancio siquiera. No estoy cansado para nada. De hecho, me levanto a la mañana  de un salto, abro bien la persiana, huelo ese aroma fresco de la madrugada, a calle casi intransitada. No es silencio lo que percibo, sino quietud y paz. 
Me libera la sola idea de saber que no dependo sino de mí mismo para todo. Que no soy parte de algo, que nadie es parte mía. Si faltara al laburo, alguno podría darse cuenta, pero estoy convencido que pasaría inadvertido salvo para los refunfuños de mi jefa. Eso me alivia.
Ahora si hablamos de partes, como vos decís. Me pregunto si seré esa parte que no parte. Porque te elegí muchas veces y en algún momento te volvería a elegir, en otros tiempos, en otras cosas. Porque si entro en este juego de palabras, de partes, de partir, ya no estoy. Digo, no soy el mismo de antes. Es más, me miro al espejo (de cuerpo entero y no por partes) y noto que mis edades son distintas, y que no extraño lo que no tengo, sino que espero lo que quiero.
Por ejemplo, yo no quiero una parte de mi sueldo, ni ver una parte de la luna, ni tomar una parte del café, ni fumarme una parte del pucho. Quiero que las cosas de una vez por todas sean enteras, eso me propongo.
Ni siquiera este texto es una primera parte. No habrá segundas. Puede ser que quede inconcluso en algunas oraciones o pensamientos, pero esto que escribo es todo. Es absoluto, completo. No me guardo algo para luego. No cuotifíco las frases ni fracciono mis acciones. Tampoco me gusta quedarme a mitad de camino de nada. Sería como mirar una parte de cualquier película y quedarme con las ganas del final.

Ergo, de nada sirven las partes por más inspiración que contengan. Y por eso aclaro que no formo parte tuya. Estoy entero o no estoy nada. Y si te proponés extrañarme muchísimo como advertís, extrañame completo, con lo bueno y lo malo, sin discriminaciones innecesarias. Porque sigo exacto, buscando algo o alguien que me ame con todo lo que tiene, y defienda ese amor con todas las armas posibles. Repito, que esa “esa parte” que decis tener dentro tuyo es sólo una ficción, pero que en nada se parece a mí todo.   

lunes, 5 de agosto de 2013

DESENCUENTROS

Nos desencontramos todo el tiempo.  A toda la gente le pasa esto. Es como ir a contramano unos con otros, renglón tras renglón siento que cuento siempre la misma historia. Es como escribirnos de memoria, es como el gusto suave del vino tinto. Sabemos que no nos vamos a encontrar y sin embargo nos buscamos. Muchas veces no sabemos hacia dónde va dirigida esa búsqueda, pero somos conscientes que nos vamos a encontrar. Y nos perdemos. Entonces me pregunto si está bien perder, por ahí el intento vale la pena. Otras veces sacrificamos nombres y personas; y la gente se nos escapa, aún cuando el escape sea la única posibilidad. Dejamos pasar las cosas pensando que el tiempo lo cura todo. Y es mentira! El tiempo no es el remedio. Hay laberintos de los que nunca se sale, nos enroscamos, firuleteamos las frases ya conocidas creyendo que algo puede cambiar. Que nosotros podemos cambiar las cosas. Nos desencontramos y no nos importa. Creemos en las vidas sucesivas, nos matamos con el olvido, como si se pudiera borrar la experiencia vivida. Capaz que muera antes que muchos. Antes de lo que cualquiera pudiera llegar a pensar. Y no pensamos. Tampoco la solución está en dejar partir. Partir significa dividir, separar, soltar. Que idiota yo que pensaba que siempre iba a tener todo al alcance de la mano. Ahora tengo este cigarrillo entre los dedos (que también me mata) y cuando quiero acordar sólo queda la ceniza inerte, inmóvil. Me pregunto en qué momento mi boca se encontró con el humo y divago.  Es raro pensar que no tenemos nada. Que no somos dueños de nada. No nos pertenece ni este milésimo segundo de vida. Es de otros ya.

Nos desencontramos creyendo habernos encontrado. Y me pregunto qué queda después del aplauso final, cuando el telón se baja, cuando el sol se esconde, cuando no abrimos la puerta, cuando no atendemos el teléfono. Nos creemos satisfechos con el bien cumplido. Hicimos lo que teníamos que hacer. ¿Lo hicimos?

domingo, 24 de marzo de 2013

El amor no es para los cobardes


Parecía sacado de un libro de Bucay. Pero no, como cuando jugas a los dados, o al póker, o la ruleta. Jugarse todo a una nueva mano, y perder, y aun así volver a comenzar todo de nuevo, tiene sentido. Arriesgarse una vez más, intentarlo otra vez,  sabiendo que es probable el riesgo de volver a caer. Y habrá que levantarse, y habrá que construir todo cero, desde el primer ladrillo, con las manos vacías.
Y vas a putear, vas a llorar, vas sentir la rabia en la piel como una llaga, vas a vivir el sentimiento de la frustración, el significado de añorar lo que fue. Construir una nueva ilusión, dejando el pasado donde debe estar. Como escribir una nueva historia, una novela distinta, cambiando de escenarios y personajes, vas a darte cuenta que al fin y al cabo vos mismo te estarás dando una nueva oportunidad.
Siempre dije que el amor no es para los cobardes. Hacen falta valientes, soñadores, personas que arriesguen lo mucho o poco que tienen. Pero que se jueguen eso. Que no se guarden nada. Te vas a encontrar con gente amarreta e insignificante que deambulen la vida de un lado hacia otro chocándose contra los muros. Vas a escribir que el dolor duele, y que la vida es corta; que te pesa levantarte a la mañana y que es mentira que el sol canta cada día una nueva canción. Es probable que también maldigas a tu dios, o al destino, y te preguntes más de una vez ¿por qué a mí?
Y a pesar de todo, habrá una tarde nueva para tus ojos, y que buscando entre los crucigramas o los diccionarios te encontrarás diciendo un nombre que nunca habías nombrado. Habrá seguramente alguien que tenga esa búsqueda parecida a la tuya, y sin brújula y sin sentido, sabrá encontrarte en el camino menos pensado. Y te va llenar de luz la mañana, y sabrá decirte al oído esa palabra que signifique paz para siempre. Con una guitarra en sus manos te acariciará cada vértice del cuerpo sin tocarte, y probablemente hagan el amor solamente con el dulce roce de sus miradas. No harán falta las promesas ni las palabras. Bastará acercarse a la noche con sus ojos de chocolate para que sueñes una vida entera. Y al levantarse te servirá un rico café y con un beso en la mejilla que habrá dicho que tengas un lindo día.
Porque de nada sirve el orgullo, no se recupera el tiempo perdido y entonces habrá personas buenas y otras insignificantes que se te crucen en estas semanas. Pues debes cruzar de vereda. La ignorancia no es desprecio, sólo que alguien que no tiene sueños no puede alcanzarte ni siquiera una estrella. No te hará recordar los seres perdidos, no te llevará de pesca por la luna, no te regalará ni una sola poesía de vino. Los valientes, en cambio, dejarán todo por estar ahí cuando vuelvas cansado del trabajo, junto a vos sin que nada importe y te preguntarán si has tenido un buen día. Sabrás responderle con un abrazo que llegue desde el cuello hasta el cielo y morirán de viejos o enfermos tocando el piano a orillas del mar. Y se acordarán de estos días buenos. Porque de los malos, solo sabrán los que se arrepintieron de no invitarte a fumar el mar. Esto pasa en mi ciudad. Cada tanto alguno se ahoga de pena. 

martes, 19 de marzo de 2013

Cuando los ojos no sirven de nada

Caminabamos por la calle, dando una vuelta por el Parque San Martín. Entre el barullo de mis pensamientos tuve la sensación que alguien me observaba. Por ahí el silencio era lo más oportuno en ese momento cuando pensamos la vida como un suplemento cotidiano que nos hace ver las cosas de una manera distinta.
Hace tiempo que me dí cuenta que el destino te ayuda a desarrollar otros sentidos tan sinceros como la mirada. El olfato por ejemplo me ha dejado muchas veces ese olor a tierra húmeda, tierra de caminos andados, de lomos sobre lagos, de montañas que ahora son recuerdo. Casi en un mano a mano luchando con el olvido. Las cosas se nos pasan de largo. Inclusive cuando te esforzás por retener algún pequeño instante, la memoria es derrotada. El olvido apenas como una llovizna se enlaza entre los dedos de la mano y se escapa, saliéndose con la suya. Y mirarte a los ojos tampoco era sano. La palabra dejó de ser palabra, y casi como quien se enferma de algo, se nos enferman los días, las semanas, los jueves, y el tiempo también es vencido. El tiempo, como tiempo, resulta ser apenas una construcción poética. Una metáfora, efímera y arenosa, imperceptible casi.
¿Y qué miramos cuando miramos? – me preguntaba.
O mejor aún, ¿qué miramos cuando no miramos? ¿Cuándo no hablamos, que palabras decimos? ¿Qué nombres?

domingo, 24 de febrero de 2013

PARA "PUTIAR" UN RATO


Un día tan choto (o gris) daba para ponerse a escribir. Dudaba si hablar en castellano neutro, español antiguo o mi forma danielesca de inventar palabras y consonantes y situaciones, o què mierda hacer. Asi que no sè què es lo que va a salir, pero digamos que me sentè en mi rincón preferido y dejè que las cosas salgan como quieran salir. Como se le den las regaladas ganas de salir. Digo esto, porque no tengo pensado poner ningún tipo de reparos para que ello suceda. Total, hoy es domingo y es como que en èste dìa cualquier cosa està bien. Por ejemplo, no sè donde mierda quedó el acento en el teclado. Al principio dije, escribo y después lo corrijo, pero si lo hubiese hecho asì, estè renglón no hubiera tenido sentido. Entonces, està bien que vean que no les miento. Despuès de todo, ¿cuàntas veces decimos esas cosas que estamos pensando? Vamos a traducirlo. En lo cotidiano, estando sòlo o acompañado o como sea, ¿cuàntas veces te han preguntado como estàs con la sincera idea de conocer aquello que pensàs? El lenguaje pasò a ser un formulismo, un formalismo tambièn. Valen las dos. Formalismo en ese sentido casi idiomático para pasar por alto las largas introducciones dogmáticas hasta llegar a vincularte con el otro. Y formulismo, lo digo en el aspecto del formulario predispuesto con el que hablamos. Nos dice hola, respondemos hola. Nos preguntan estàs bien, y respondemos, si. Y asi sucesivamente podemos pasarnos horas sin decir nada de lo que pensamos.
Yo creo que estuve como media hora frente a mi computadora mirando la pantalla vacia. Ella no me decía nada y yo tampoco. Apenas una música suave sonaba detrás de la cocina, detrás del comedor, detrás de mis ojos. No vayan a pensar que ahora mis ojos son una guitarra. Es una metáfora. Igual llega un punto en la vida en que realmente te pones a pensar si también la vida no fuere acaso una imagen de la mente. Vamos, los escritores tampoco que hayamos inventado todo! Algunas cosas no están en nuestras manos. ¿Còmo cuales? Y.. de pronto se me ocurre que el destino no està en nuestras manos. ¿Què cosas te parecen a vos que han dejado de pertenecerte? Al fin y al cabo no tenemos el dominio de nada. En su caso, existe un sentimiento parecido al que podría definir tranquilamente como pseudoconfianza que nos hace parecer que las cosas pasan porque asì nosotros lo decidimos. Bueno, no. Hay dos teorías que yo manejo al respecto. O hacès algo para que las cosas pasen o dejas que pasen por si solas. El éxito no depende de ninguna de las dos. Tampoco que piense que las cosas suceden porque están escritas. Eso es mentira. Imaginate yo, escritor, la cantidad de cosas que me pudiera haber escrito y sin embargo nada.
Entonces, entrè en la duda de ponerme a escribir como ya les dije, sin saber, si la persona que por ahí me interesaba que me leyera iba a hacerlo. De todos modos, la sola idea, la poco probable posibilidad que  esto pasara como que me motivò algo.
Y me pregunte si valìa la pena gastar un poco de palabras asi porque si nomas. Asi como de costumbre, o por casualidad. Despuès pensé, las palabras están ahì, en el aire, y si yo no las uso nadie lo hará por mì. Ademàs, es domingo…. (insisto).
Ah, y ya como que se me fueron las ganas de escribir. Y dije, si hay alguien del otro lado que me està leyendo me va a putiar si termino acà y me pongo a ver el partido. Pues bien, lo termino acà. Nos vemos la próxima! 

lunes, 11 de febrero de 2013

ESPECIAL 14 DE FEBRERO: ENTERATE QUE EL OLVIDO NO LLEGA, SE VA.



Aprovechando el feriado de carnaval, me levante temprano, cosa de estar un rato solo sin que nadie me moleste o me diga “mira que hay que limpiar la cocina” o “hay que poner la ropa a lavar”. ¿La ropa no se lava sola?, pensé. Que embole.
Lo primero que vi fue la noticia del Papa que había renunciado. No me interesó una mierda, no me puse ni contento ni triste. Es más, prendí un pucho y ya me había olvidado.
Y después, ya en el Facebook, me di cuenta que se acerca el 14 de febrero. Y este puto de San Valentín que se le ocurrió generar una fecha tan significativa cuando realmente vos tenés significado para alguien. Regalás o te regalan flores, chocolates, una cena romántica, brindis de honor, copa de espera, o lo que se te ocurra. Ahí la imaginación sirve. Es como una tregua, un paréntesis. Después siguen los quilombos de siempre en la pareja; se pelean como todos los días por las mismas cosas, te insultan, vienen los reclamos y cuando te querés acordar pasó el 14 de febrero, y ya es 15 y te das cuenta que lo único que te quedó es un una caja con forma de corazón hecha mierda, porque fue lo primero que voló cuando se dan cuenta que dejaste el calzón en la ducha, o no lavaste los platos o todavía sigue a un costado de la cocina ese montículo de basura que barriste la noche anterior y que no se te dio las regaladas ganas de juntar. ¡Y los solos se quejan! (pensé entre mí).
Puse una canción conciliadora para mi mente, que me dejara fumar tranquilo, medio a oscuras todavía. Una paz total. Toda mía. Sonaba así, medio bajito, Ella baila sola “fuimos lo que fuimos”. Después de leer esto, ponela y escuchala que está buena. Ahí medio entre frases pelotudas y fotos amarillistas alguien posteó está canción con el reclamo “por qué no llega el olvido”. En realidad no sé si fue queja o pregunta, pero me quedé pensando.
Me cuestioné casi todos mis olvidos, los descuidos, los errores pelotudos, y casi como una lucha cuerpo a cuerpo apareció el recuerdo menos pensado. Los recuerdos y el olvido son casi consecutivos de los nombres que pensamos. A veces ni eso sucede. Ni nombres ni nada. A veces el olvido es sólo silencio, o ausencia, o nada. A veces es solo olvido. O recuerdo.
Acaso, (me pregunto mentalmente para no despertar a nadie), desde un punto de vista filosófico, no estaremos hablando de una misma cosa?
Desde lo existencial afortunadamente, tapamos las fotos, las cartas, las frases, las imágenes cotidianas, y vivimos en la teoría, esperando. Esperando las cosas más comunes, o la sorpresa. De todos modos nunca seremos honestos con nosotros mismos. Hay una realidad que sentencio: el olvido no llega, se va.
O me vas a decir que nunca esperaste nada? Bueno, te aviso algo: Nacemos esperando o morimos esperando algo o alguien. O simplemente esperando la muerte. Da igual, lo cierto es que sucede más seguido de lo que te imaginás. La espera combate al olvido. Los recuerdos combaten al olvido. Ergo, el olvido es el anticuerpo. El olvido se va calladito, nunca llega. Está o no está. Así de fácil. Si no lo sentiste inmediatamente y sin proponértelo, el olvido será la sombra de tus poetas internos. De tus andenes. De los abismos mentales donde caen aquellos que fuman marihuana y que por un ratito, se van del mundo. Dejamos de cosificar los pensamientos, y vamos y venimos del pasado al presente sólo con una mueca o una seca. Dale que va!
Después te saldrán frases pelotudas, o se te vendrán a la mente consejos inútiles que nunca pondrás en marcha. No hay caso, a ésta altura dudo del olvido. Me suena más a un invento que a un verdadero estado psicológico o mental. La mente no olvida. Está programada o chipeada para recordar. No existe el olvido. (Ojo, que yo esto no puedo afirmarlo tan abiertamente porque también soy poeta y si me descubren escribiendo esto estoy frito). Sobre qué escribirían los poetas sino fuera por el olvido. Qué discutirían los filósofos, que sería de los neurólogos sino fuera por el olvido?
Ponetelo a pensar. A vos te digo, que creeías que el olvido llega con una brocha gorda y te pinta la frente de blanco. A vos que, no conforme con esperar a alguien, también esperás el olvido. Y nos martirizamos cada 14/2 con canciones de forever alone. Y no seas idiota, no mires el celular. Tiene muy buena señal, y si no te escribe es porque nunca se le ocurrió pensarte como una posibilidad.