martes, 4 de septiembre de 2012

ME MOLESTA LA GENTE QUE SE BESUQUEA EN PUBLICO

-¿A quién podría hacerle mal? Preguntó alguien desde el fondo del café. Yo traté de levantar la cabeza por encima del hombro pero no pude distinguir ninguna cara. Conocía esa voz. El tono era similar al de un cascabel cayendo sin remedio al piso.
Había un parpadeo de luz que me erizó la piel en público. ¿Podía ser acaso el recuerdo, una regresión? Leí mi pensamiento en voz baja retumbando la idea seductora de verle de nuevo. Seguí buscando entre otros rostros, su rostro; casi con desesperación movía el cuello de un lado hacia el otro como un compás de ritmos insonoros que me transportaban y elevaban a cada instante. Tomé un café, tomé la hora, una mano, una aspirina y luego, me atrapé pensando lo que ya no pensaba.
Entonces dejé a un lado mi reloj, sobre una puerta que no abría, una ventana sin balcones, un volcán (siete volcanes) y un lago que transportaban los ojos marinos tal como lo había soñado dos lunes atrás.
Y como un monólogo de cigarrillos, la espera se fue haciendo ceniza de a poco. Me senté a pensarlo y lo único que logré fue sentarme, dijo Sonia.  Yo me quedé dando vueltas por la noche, por las dudas, a lo lejos, la bruma del mar se hacía libros y canciones y en mi boca, una última seca quemaba las palabras que ya nadie diría.
El silencio tienes esas cosas, pensó. Yo hubiera pensado otras mejores para los dos. Pero estaba solo. Solísimo. Encerrado entre los muros fríos, los pisos quietos, la voz baja, y el pulso que apenas se acordaba la manera en que agarraba la lapicera.
-¿A quién podría hacerle mal? Repetí en mi cuaderno. A esa altura ya me había caídos dos veces por las escaleras y serpientes, jugué a los dados, encendí el celular y miré la hora sin mirarla.
Me distraje con los fulanos que pasaban por la vereda como enamorados y torpes. Me molesta que la gente se besuquee delante de mí. Se los dije y me miraron sonrientes.
No sé de qué se ríen, yo soy solo - les contesté.  

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