lunes, 1 de octubre de 2012

APRENDER A DECIR QUE NO...


Charlaba el otro día con unos amigos en la costa mientras fumaba un pucho y tomábamos mate respecto de si en verdad nos habíamos planteado fuertemente la posibilidad de decir que no. Es decir, esto me gusta, aquello no, este es mi límite, esto lo permito y lo otro no me interesa. Y aún más, nos proyectábamos si realmente aquellas personas más íntimas, los amigos, la familia, (los cercanos) tenían la capacidad humana de aceptar un no como respuesta a cualquier cosa cotidiana sin ofenderse.
Entonces empecé a escribir. Reconozco que antes tuve que googlear la palabra ofender, ofenderse, ofensa y el diccionario me iba llevando de un lado al otro como en una de las mejores historias de esas de “elige tu propia aventura”. Y pensé también en aquellos ofendidos por mí sin encontrar en mi cabeza las razones que ellos tenían en la suya. Entonces debo decir esto: la ofensa es una palabra vaga. Así me anticipo a definir que depende de uno y del otro en la misma medida, dejar trascender la ofensiva que da lugar a esto.
Es decir, cada uno, desde lo individual, protege sus ideas con recelo, y a veces cuesta dejar la rigidez de cualquier postura para entender que la ofensa muchas veces está medida por la subjetividad con la que se la mire. Y acá no juega sólo la palabra como lenguaje, sino también otros valores externos pero tan condicionantes dadas por el estado de ánimo. Muchas veces hemos dicho en voz alta “si se quiere ofender que se ofenda” como si no nos importara. Pero lo cierto es que nos importa. Nos importa el concepto que los otros tienen de nosotros, nos preocupa la apariencia del buen nombre, y resulta difícil separar al ofendido de una seudo indiferencia que no es tal.
Decir que no, ofende muchas veces. Pero desde lo discursivo, no está mal utilizar éste término como respuesta a una pregunta.
-¿Vamos a tomar un café?
– No tengo sed.-
Y ahí aparece en el otro la ofensa que toma al “no” casi como un rechazo a su persona. Pero si analizamos esta frase vemos que morfológicamente está completa. Existe una pregunta y hay una respuesta. ¿cuál es la ofensa entonces?
Y ahí es cuando deberíamos empezar a analizar eso del rechazo. Es decir, yo no puedo obligar a una amiga a tomar un café, porque es ciertamente probable que no tenga sed ella. Y si me ofendo, ergo, debería haber planteado la oración de manera imperativa. ¡Vamos a tomar un café! (Pero no queda bien, no?) Entonces debemos tener en cuenta que cualquier convite, propuesta, pregunta, tiene siempre variables respuesta que no dependen sino del convidado. Y acá de nuevo, depende de su ánimo, de sus tiempos, de sus ganas.
Ejercitar el no como respuesta nos evitaría además muchos dolores de cabeza, situaciones desagradables y malos entendidos. Aceptar un no como respuesta, nos hace reconocer en el otro una situación de sinceridad y libertad que muchas veces requerimos pero que cuesta aceptar, socialmente hablando.
Un no de una pareja, de un amigo, de un familiar no necesariamente significa renunciar a ese estado de novio o amigo o padre. No se es mejor o peor como para tomarlo como algo personal. Tal vez sea un no parcial, circunstancial, variable, pero que no debiera modificar para nada el transcurso de la vida cotidiana. Hoy te digo que no, mañana o más tarde tal vez sea sí.

2 comentarios:

  1. Muchas veces el "no" como respuesta la mayoría de las personas no lo aceptan por falta de seguridad en sí mismas, por eso mismo es que cae en el miedo del "rechazo", también están quienes al encontrarse atrapados en su propio ego los hace sufrir a tal punto de sentirse enfermos,,,

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  2. Excelente artículo!, es muy sano a veces decir NO.
    Eso nos ayuda a sentirnos mas seguros de nosotros mismos, a escucharnos mas de vez en cuando, y a saber que nuestra felicidad personal no depende solo de los deseos de otros, si no que en un 90% depende de nuestra propia satisfacción, con lo que nos gusta y nos hace bien!.
    Saludos Dani!.

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