viernes, 7 de septiembre de 2012

ANALICEMOS LA SOLEDAD

En realidad iba a empezar escribiendo cosas que me molestan, pero después me arrepentí porque la gente iba a decir que soy un renegado y que me tengo bien merecido esto de estar solo. Y ami no me importa si esta bueno o malo estar solo, solo se me ocurre que soledad, a la cual ya le he rendido tanto tributo resulta ser mi mejor compañía. Se esta solo estando solo, se está solo estando con alguien o rodeado de miles, que digo miles, millones de personas cerca tuyo.

Pensé que la soledad era un mal de los tiempos modernos, un mal necesario, ácido, pero a su vez dulce, mundano, seductor por el lado en que se lo mire.

Entonces me pregunto que sería de los solos si la soledad no se hubiese inventado? Que pasaría con los poetas? O los pintores o los músicos. Me pregunto si no es acaso la mejor excusa que tenemos los artistas que justificar escribir con dolor, haciendo hincapié en el dolor como una forma necesario de victimizarnos frente al mundo. Pues les tengo una mala noticia, la soledad es real y palpable. Pese a que en muchos universidades las estadísticas indiquen que la mayor parte de los solos es por elección, este síndrome epidémico (endémico diría) va creciendo su número de aficionados o adeptos por diferentes causas que hagan que hoy, te encuentres leyendo este artículo, enterándote que sos solo desde hace mucho tiempo antes de lo que vos esperabas. Y hablo de la soledad del principio y de los finales, la soledad muerta, la soledad vieja y joven. La soledad despotricada, la soledad anhelada. Digo esto ya que hasta el más pesimista de los solteros necesita su momento solo, y no podrá negarme que muchas veces ha disfrutando esa soledad hasta que se le caigan las babas de placer.

Por eso, en esto de tratar de entender las soledades, no podemos definirnos de uno u otro lado. Los psicólogos dirían que tenemos un trastorno compulsivo hacia tal o cual cosa. Pero en realidad, la psicología tampoco podrá explicar el origen o mismo el significado de la soledad, muchos menos podrá explicar las razones, al menos no una razón lógica que nos haga interpretarnos vacíos frente a un mundo cada vez más comunicacional y menos presencial.

Somo usuarios, claves, contraseñas, perfiles hemos cibernetizado las relaciones hasta llegar al descompromiso absoluto. Y este es otro tema interesante, porque las desformalización de los sentimientos son una mentira que ni nosotros nos creemos. El fracaso de los vínculos -en cualquier especie- radica principalmente en una causa inicial: nosotros mismos.

Digo, sostener que pertenecemos a un grupo social, afirmar que seguimos la manda como queriendo justificar en otros nuestro propio accionar, es también una forma de lavarnos las manos.

Entonces concluyo que estamos solos porque sí. Intentar buscar una razón en el contexto social, o las abismales profundidades del alma sólo nos llevará a chocarnos contra nuestras propias miserias. Y ahí está lo divertido, vernos, escucharnos, percibirnos solos, es reconocer que el mito de la otra mitad nos ha hecho idealizar el otro, los otros, que también están tan solos como nosotros.

Estadísticamente es menos probable cruzarnos al menos una vez con aquel ideal de persona que nos van imponiendo desde la niñez. Por eso la frustración, por eso la soledad. No tengo ni idea donde comienza o termina la soledad, a ésta altura no me he dado cuenta si es mala o bueno. Quizá no sea ninguna de las dos, y estemos psicosocialmente excluyéndonos de las verdaderas oportunidades. Lo cierto es que más allá de la decisión que uno tome en la vida, frente a la cotidianidad toda, aunque la soledad sea una sombra, o una mochila, o inclusive un divertimento, hay que tener en claro que siempre será transitoria. Guste o no guste. Somos perfectas transiciones digo.

¿Nunca te preguntaste por qué estás solo?

martes, 4 de septiembre de 2012

ME MOLESTA LA GENTE QUE SE BESUQUEA EN PUBLICO

-¿A quién podría hacerle mal? Preguntó alguien desde el fondo del café. Yo traté de levantar la cabeza por encima del hombro pero no pude distinguir ninguna cara. Conocía esa voz. El tono era similar al de un cascabel cayendo sin remedio al piso.
Había un parpadeo de luz que me erizó la piel en público. ¿Podía ser acaso el recuerdo, una regresión? Leí mi pensamiento en voz baja retumbando la idea seductora de verle de nuevo. Seguí buscando entre otros rostros, su rostro; casi con desesperación movía el cuello de un lado hacia el otro como un compás de ritmos insonoros que me transportaban y elevaban a cada instante. Tomé un café, tomé la hora, una mano, una aspirina y luego, me atrapé pensando lo que ya no pensaba.
Entonces dejé a un lado mi reloj, sobre una puerta que no abría, una ventana sin balcones, un volcán (siete volcanes) y un lago que transportaban los ojos marinos tal como lo había soñado dos lunes atrás.
Y como un monólogo de cigarrillos, la espera se fue haciendo ceniza de a poco. Me senté a pensarlo y lo único que logré fue sentarme, dijo Sonia.  Yo me quedé dando vueltas por la noche, por las dudas, a lo lejos, la bruma del mar se hacía libros y canciones y en mi boca, una última seca quemaba las palabras que ya nadie diría.
El silencio tienes esas cosas, pensó. Yo hubiera pensado otras mejores para los dos. Pero estaba solo. Solísimo. Encerrado entre los muros fríos, los pisos quietos, la voz baja, y el pulso que apenas se acordaba la manera en que agarraba la lapicera.
-¿A quién podría hacerle mal? Repetí en mi cuaderno. A esa altura ya me había caídos dos veces por las escaleras y serpientes, jugué a los dados, encendí el celular y miré la hora sin mirarla.
Me distraje con los fulanos que pasaban por la vereda como enamorados y torpes. Me molesta que la gente se besuquee delante de mí. Se los dije y me miraron sonrientes.
No sé de qué se ríen, yo soy solo - les contesté.