domingo, 24 de marzo de 2013

El amor no es para los cobardes


Parecía sacado de un libro de Bucay. Pero no, como cuando jugas a los dados, o al póker, o la ruleta. Jugarse todo a una nueva mano, y perder, y aun así volver a comenzar todo de nuevo, tiene sentido. Arriesgarse una vez más, intentarlo otra vez,  sabiendo que es probable el riesgo de volver a caer. Y habrá que levantarse, y habrá que construir todo cero, desde el primer ladrillo, con las manos vacías.
Y vas a putear, vas a llorar, vas sentir la rabia en la piel como una llaga, vas a vivir el sentimiento de la frustración, el significado de añorar lo que fue. Construir una nueva ilusión, dejando el pasado donde debe estar. Como escribir una nueva historia, una novela distinta, cambiando de escenarios y personajes, vas a darte cuenta que al fin y al cabo vos mismo te estarás dando una nueva oportunidad.
Siempre dije que el amor no es para los cobardes. Hacen falta valientes, soñadores, personas que arriesguen lo mucho o poco que tienen. Pero que se jueguen eso. Que no se guarden nada. Te vas a encontrar con gente amarreta e insignificante que deambulen la vida de un lado hacia otro chocándose contra los muros. Vas a escribir que el dolor duele, y que la vida es corta; que te pesa levantarte a la mañana y que es mentira que el sol canta cada día una nueva canción. Es probable que también maldigas a tu dios, o al destino, y te preguntes más de una vez ¿por qué a mí?
Y a pesar de todo, habrá una tarde nueva para tus ojos, y que buscando entre los crucigramas o los diccionarios te encontrarás diciendo un nombre que nunca habías nombrado. Habrá seguramente alguien que tenga esa búsqueda parecida a la tuya, y sin brújula y sin sentido, sabrá encontrarte en el camino menos pensado. Y te va llenar de luz la mañana, y sabrá decirte al oído esa palabra que signifique paz para siempre. Con una guitarra en sus manos te acariciará cada vértice del cuerpo sin tocarte, y probablemente hagan el amor solamente con el dulce roce de sus miradas. No harán falta las promesas ni las palabras. Bastará acercarse a la noche con sus ojos de chocolate para que sueñes una vida entera. Y al levantarse te servirá un rico café y con un beso en la mejilla que habrá dicho que tengas un lindo día.
Porque de nada sirve el orgullo, no se recupera el tiempo perdido y entonces habrá personas buenas y otras insignificantes que se te crucen en estas semanas. Pues debes cruzar de vereda. La ignorancia no es desprecio, sólo que alguien que no tiene sueños no puede alcanzarte ni siquiera una estrella. No te hará recordar los seres perdidos, no te llevará de pesca por la luna, no te regalará ni una sola poesía de vino. Los valientes, en cambio, dejarán todo por estar ahí cuando vuelvas cansado del trabajo, junto a vos sin que nada importe y te preguntarán si has tenido un buen día. Sabrás responderle con un abrazo que llegue desde el cuello hasta el cielo y morirán de viejos o enfermos tocando el piano a orillas del mar. Y se acordarán de estos días buenos. Porque de los malos, solo sabrán los que se arrepintieron de no invitarte a fumar el mar. Esto pasa en mi ciudad. Cada tanto alguno se ahoga de pena. 

martes, 19 de marzo de 2013

Cuando los ojos no sirven de nada

Caminabamos por la calle, dando una vuelta por el Parque San Martín. Entre el barullo de mis pensamientos tuve la sensación que alguien me observaba. Por ahí el silencio era lo más oportuno en ese momento cuando pensamos la vida como un suplemento cotidiano que nos hace ver las cosas de una manera distinta.
Hace tiempo que me dí cuenta que el destino te ayuda a desarrollar otros sentidos tan sinceros como la mirada. El olfato por ejemplo me ha dejado muchas veces ese olor a tierra húmeda, tierra de caminos andados, de lomos sobre lagos, de montañas que ahora son recuerdo. Casi en un mano a mano luchando con el olvido. Las cosas se nos pasan de largo. Inclusive cuando te esforzás por retener algún pequeño instante, la memoria es derrotada. El olvido apenas como una llovizna se enlaza entre los dedos de la mano y se escapa, saliéndose con la suya. Y mirarte a los ojos tampoco era sano. La palabra dejó de ser palabra, y casi como quien se enferma de algo, se nos enferman los días, las semanas, los jueves, y el tiempo también es vencido. El tiempo, como tiempo, resulta ser apenas una construcción poética. Una metáfora, efímera y arenosa, imperceptible casi.
¿Y qué miramos cuando miramos? – me preguntaba.
O mejor aún, ¿qué miramos cuando no miramos? ¿Cuándo no hablamos, que palabras decimos? ¿Qué nombres?