martes, 19 de marzo de 2013

Cuando los ojos no sirven de nada

Caminabamos por la calle, dando una vuelta por el Parque San Martín. Entre el barullo de mis pensamientos tuve la sensación que alguien me observaba. Por ahí el silencio era lo más oportuno en ese momento cuando pensamos la vida como un suplemento cotidiano que nos hace ver las cosas de una manera distinta.
Hace tiempo que me dí cuenta que el destino te ayuda a desarrollar otros sentidos tan sinceros como la mirada. El olfato por ejemplo me ha dejado muchas veces ese olor a tierra húmeda, tierra de caminos andados, de lomos sobre lagos, de montañas que ahora son recuerdo. Casi en un mano a mano luchando con el olvido. Las cosas se nos pasan de largo. Inclusive cuando te esforzás por retener algún pequeño instante, la memoria es derrotada. El olvido apenas como una llovizna se enlaza entre los dedos de la mano y se escapa, saliéndose con la suya. Y mirarte a los ojos tampoco era sano. La palabra dejó de ser palabra, y casi como quien se enferma de algo, se nos enferman los días, las semanas, los jueves, y el tiempo también es vencido. El tiempo, como tiempo, resulta ser apenas una construcción poética. Una metáfora, efímera y arenosa, imperceptible casi.
¿Y qué miramos cuando miramos? – me preguntaba.
O mejor aún, ¿qué miramos cuando no miramos? ¿Cuándo no hablamos, que palabras decimos? ¿Qué nombres?

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