martes, 13 de octubre de 2009

Taller de Memoria

El tiempo, por supuesto, nos va dejando una eterna dicción que nadie olvida. Habrían quedado un par de párpados en la mesa de saldos del último verano. Pendientes para luego cuando la laguna de las palabras fuese más que una mirada que se pierde y encuentra; más aún, como un fenómeno de las primeras derrotas, tierra húmeda, ojos anónimos soportando personas y frascos. Y aún, los brazos tibios, el aporte de las diosas transeúntes, y los gatos muertos que se pierden como sombras solamente, y silban las persianas y el viento que huye ajeno de tus inmensos hombros plateados.
Es esa vela encendida, sin valor, estática, y libre, transmisible de mano en mano, como acciones repetidas al filo de la cama. Y todavía más importante, los pasos anuales que se quejan talones y se frotan las manos con ese absurdo vómito que se cierra por las dudas hasta llegar al delicado éxtasis donde se administran las puertas. Al principio la gente entraba y salía quejosa, desde todos los lugares posteriores, y se dividían por todo el cuerpo sin parar un segundo de gemir y hablar, cual pequeños mercados sin sentido.
Las espaldas que pican, el tabaco, los días que se negocian; necesitan la semilla como excusa de futuro, como un planteo de los bienes que dividimos, las mitades que nos quedamos; la promesa que también se financia y especula. Lo tuyo y lo mío. Esas partes indivisas que quedan ausentes, pendientes de estímulos. La mitades que nos debemos, lo poco que nos llevamos.
Derivan las manos que nadie entiende. Más o menos, todos contaban la misma historia, también ella. Que le hubiera tirado con los patines por la cabeza, que no cumplía las expectativas de lo que se desea y se puede. Que no vuelva más. Que se calle por favor. Que sus regresos son como lastimaduras, preámbulos siniestros. Canciones gastadas, promesas huérfanas, inútiles. Descascaradas ganas de darle vuelta la cara de un solo revés. De salir corriendo. De arrancar de cuajo la ansiedad entera, las manos que atrapan, las palabras que seducen y encantan. La era primera, el misterio de empezar de nuevo, de escribir los finales por fin, por favor.
Las sociedades tienen esa costumbre mezquina de regular los hijos, las cenas, las causas, el régimen de lo que nadie pregunta. Esa sonrisa arisca de ellos y los otros. Yo no sé que sucedió. Como terminamos así. Y luego el silencio inoportuno de los que no llegan nunca. La memoria como un ejercicio de la historia universal de la humanidad entera, para no repetir viejos errores, para aprender de las causas y los objetos, sensible manía de esperar que todo suceda, los inicios capitales, las deudas de acrílico, los ojos borrosos y la idea de saber que andarás haciendo hoy tal vez.
¿Para qué? Sería la primera pregunta de los inútiles cuestionamientos que se gestan en tardes como éstas. No hemos aprendido nada, sugiero y me levanto enfurecido de las tormentas en mi cabeza. Luego las respuestas llegan con el desayuno y los pentagramas quizá, de los celos viejos y las nuevas ganas de que todo salga bien.
Y aquella, como balance nítido de los recuerdos que bajamos por las dudas y los amigos fijos y los muebles pasivos, y las horas quietas. Ya casi ni exigimos.
Todo el mundo vine mal parido y surgen las preguntas por que sí y se dividen los torsos también cuestionando las ventanas y los años que se nos van. Pasan volando como chapas filosas. Las mujeres se despiertan relevantes, fuman los cabellos seguros, y marihuana, respaldan sus pasos quietos, inmóviles viajes de un lado hacia el otro. También se divorcian sus días líquidos, el riesgo de atarse a lo que ya no se tiene, y pregunto mientras un piano de luna y nácar se asoma por la ventana, y sus melodías se repiten cansadas, diáfanas como un nombres fresco que entra en la ilusión de lo inesperado.
Llegan sus manos integrales hasta que nos volvemos errores iniciales, deformantes contornos de la paciencia, sombras licuadas, hormonas corrientes de aliento y espárragos.
Está bien, suponen los filósofos y los psicólogos; la ganancia que deja de pertenecer a los vencedores, pobres corazones muriendo secos como pequeñas luces callejeras que se van apagando al compás de los sueños de nadie.
La memoria al revés, ejercitada así, al azar, apenas es una variable posible. Lo mejor a veces es tomarse un café, olvidarnos las cifras, el desgaste de los muslos; dejar por fin que un nuevo abrazo nos sorprenda simples. Preferentemnete por una misma vereda.
Ya lo sé. Terminaste de leer esto y acá viene la segunda pregunta ¿Dónde quiero legar?
No tengo la menor idea. Para llegar a algún lado tal vez debería primero partir de todos los puertos posibles y buscar aquello que me deje la memoria en paz. Esto supone vernos así, incoherentes, viejos y organizando el final de los recuerdos que no ya lastiman como antes.
¿Dónde se han ido todos? Me pregunto. Silbo un cigarrillo, barajo algunos nombres y voy en busca de aquella que espera mi llamada.
Esta es la única vez que los solos vigilan atentos la noche palanganeada.

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