lunes, 11 de enero de 2010

Aquellos bancos que esperan....


Es la espera sintáctica de las voces renuentes. La idea solitaria de los días que comienzan tempranos con un buen mate cebado a la sombra de los balcones. Es la espera simple de lo que tarda y no llega, la primera voz sin vos, la última etapa de los ojos fingidos, de los pasos tediosos yendo de un polo hacia el otro. Es la espera de los murciélagos, de las nubes como trompadas, de las lunas pendientes. ¿Viste que luna hay hoy?
Gigante el esmero de los que somos solos y no nos quejamos. Hoy por ejemplo hubiera tenido ganas de un rato con vos. No importa a qué lugares visito, no importa la imaginación de los torsos, de las retinas rojas, de los párpados pensantes. Es la espera cotidiana, el tango sonámbulo, las tardanzas miopes. Saber que uno ha dado todo lo posible hasta el desvalor, la ingratitud de las madrugadas que llegan perros, e igual estamos ahí, como sumergidos en un banco cualquiera. Todas las esperas nos llevan al imaginario popular de algo perfecto, desde su imperfección. Prometo y me prometo, dejar de lado los muelles como estos, los puertos y sus bahías, las barcas tranquilas como estatuas que prefieren aquello mejor que debe llegar.
¿Te habías dado cuenta que ya no te escribo, no?
Es la espera verde, la grieta fucsia, los olores añejos que son más viejos que antes, más bien una simple teoría, el recuerdo simple, la historia pasada, pensada. A veces los solitarios somos intransigentes humanos, permitirnos la sola idea de la soledad es como un permiso o una licencia que nos debemos. Empezamos a valorarnos desde un rincón del mundo, con todas las promesas posibles que ya no creemos. Y en creer está la esencia de todo. Desde los comienzos la solución de la vida fue simple: decir lo que sentimos, no guardarnos nada, llevarnos el mundo por delante con todas sus consecuencias. No existe un día pendiente, no existen los bares para luego, ni la promesa de volvernos a ver. Hay cosas que pasan hoy, que son y existen desde el mismo momento en que nos planteamos que la duda ya no es una posibilidad.
Sino que es la espera transeúnte de aquellos que amagan y no. Son también parte de las partidas, de las vueltas de hoja, de los sinceramientos luciérnagos, de las manos abiertas de par en par como quien espera un abrazo al regreso del trabajo. Es un beso suave en la mejilla, diagramar los viajes por esos lugares menos pensados, las espaldas anochecidas, y la idea sincera de ser eternamente esperados por alguien. ¿Está bien que los nombres cambien de color como los semáforos?
Sentimos el paso de los días como peatonales, como la costanera vista desde una ventana prestada, desde ahí se puede ver el mar y otras cosas. Desde la espera uno espera. Revive y vive como si ambas cosas fueran la misma. Como si diera lo mismo. Como si no alcanzaran todas las palabras posibles ya dichas y escritas, como si fueran historias inventadas, como relámpagos que no adviertes; la espera es mucho más sencilla todavía. La vida es mucho más sencilla.
Uno espera la sorpresa también, espera cuando ya ha dado todo. Cuando los bancos se amontonan en filas pendientes como horóscopos, como lunas menguantes que patrocinan una noche mágica. ¿No es justo acaso que los solos deseemos tener una noche así?
Los solos esperamos llenar las mitades, unir las distancias con ojos generosos, con estos gestos también que promocionan que algo mejor siempre está por venir. ¿Por qué la gente tiene la idea de que somos nosotros que debemos emprender esas búsquedas? ¿Por qué no pensamos mejor que alguien nos espera? ¿Por qué no pensamos todavía que esos bancos violáceos llevan nuestros nombres?Yo hoy por hoy me ubico en este lugar. Y busco sin dar vuelta hacia atrás. Hoy por ejemplo podré dormir en paz conmigo mismo. Y mañana y pasado. Y los días que vienen. Amaré como si fuera la última vez que ame, y daré todo siempre que así lo sienta. Porque ahora me toca esperar, porque ahora me toca a mí buscar a alguien que sienta que la vida vale la pena, y que quizá ésta sea la única posibilidad que tenemos para ser feliz. Aunque esa espera me lleve toda la vida, y aunque toda la vida me quede esperando...

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