viernes, 8 de enero de 2010

Enero, 8


Eran las 9 de la mañana en Gualeguaychu. El cielo impecable asomaba la jeta por la ventana. Se sentía todavía ese olor a río húmedo que llega desde la costanera como un abrazo tranquilo y sin apuro.
Tenía el mismo sueño repetido de todas las noches, encontrar a esa persona que tanto busca. Mariana lo sabía perfecto. Había resumido en unas pocas líneas el dilema de mucha gente sola. Tener donde ir. Alguien que te espere. Alguna llamada que recibir.
Desde la cama sintiose la comodidad de la calle –abajo- sin quejidos, suave eran sus párpados todavía densos y fatigados que revoleaba de un lado hacia el otro de la habitación como esperando que algo sucediera por fin. Pero qué?
O sea, sabía que ya no habías espera, había podido empezar a soltar lo que tantas veces fue su inspiración ideal del mate dominguero, de madrugadas intensas, de faso, de cerveza rubia, de mesas tristes, de espacios vacíos. ¿Y ahora qué? se preguntaba mientras recorría las calles retenidas con olor a polvo que sólo algunos pueblos tienen. ¿Te acordás de esos olores, no?
Ahora que levanta la cabeza y mira hacia delante, y advierte que hay una línea recta a la que muchos llaman camino, ahora que por ahí le da lo mismo cuando escucha su nombre. Sólo se encoge de hombros, hace como una reverencia de resignación y larga un suspiro largo y tibio que te hace poner la piel de gallina. Así son como los nombres pasan, como cruceros, como ojos minúsculos y miopes. La vida tiene un poco más de sentido, desde que alguien te hace ver que estamos aprendiendo a vivir, aún después de las pérdidas.
Hoy que cumplía 31 años. Lejos de los timbres y las esperas. Había dejado sus sillas lejos ya, para empezar a gastar la suela, para recorrer ese camina largo que tantas veces resistió. Había dado su primer paso importante de otros muchos, había sido simple por primera vez. Cuando entró a la habitación, se hundió en una de esas duchas mágicas y calientes que sólo se disfrutan cuando llegan a tiempo. Observó por la ventana como buscando al viento fundido en el aire, ojeó la hora al pasar y recibió su primer regalo del año, la libertad de poder elegir para que costados mirar.

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