jueves, 24 de septiembre de 2009

Elogio al silencio

Ya sé que por ahí éstas no son horas de llamar. Sé también que me hago invisible con tu silencio, como un fantasma de moda que camina pálido los primeros balcones de la ciudad.Todavía siento el gusto ácido del último caramelo de limón que chupé. En mi boca tus ojos son como cicatrices blandas y ásperas; qué curioso, tus manos se escapan ángeles, melodías enfermas que me dicen que los finales son así. Tan parecidos al abandono del cuerpo que ya no tengo, ni adviertes.Desde lo íntimo subo escaleras como cabezas que piso, y me gano los cielos y la gente me ignora pendiente con el sabor en el aire a tabaco rubio donde me refugio para pensarte tal vez caminando las calles de enfrente. Y levanto la vista, y en puntas de pies el asfalto que quema, me subo a los abrazos que dejo y miro por sobre mi hombro la gente que lleva tus caras y tus mismos gestos.Desde la cocina de los ausentes juego con el agua, me rapto un acariciador para esas noches en que tengo ganas de alguien que me diga temprano, bien temprano a la mañana “buenos días” con la simpleza que solo las palabras simples tienen. Con ese tono bajo y dulce tus párpados que sólo yo entiendo y rapto.Y te sigo escribiendo aún, con la consigna de que al fin mes escuches desde este lado de las casas, desde el redondel perfecto de la melancolía que dibujo sobre un vidrio empañado con letras fosforescentes que se ven de todas partes. Y mi frente triste dispuesta a dejarse amar, como asilos deliciosos que intercambian sonidos y preguntas también.Vos crees haberme olvidado y esta vez tal vez sea algo así. Espero desde una península de la costanera ver tus hombros brillar como un único sol humano devoro los contornos de tus ganas de volver que ya no tenés. Tiembla mis ganas de llamarte y no. Imagino un rostro hermoso haciéndome un gesto espléndido de aceptación. Como la otra noche, en el sueño perfecto de los últimos tiempos. Enciendo mi cama como una esperanza, como un puerto donde me siento a descascararte las manos. Todavía siento como se destapan los frascos cunado cocinás. El viento me cuenta el resto. Y sino lo invento.Siento que cada lugar donde vaya ahí estarás. Como una persecución desafinada y enorme como el amor. La fiebre que se escucha cuando te pido permiso para entrar esos recuerdos que llevas como collares pesados. La gente me mira por la calle desconociendo mi desgracia, yo con mi cigarrillo de los olvidos de siempre, suspendido en el aire y la espuma de las nubes dispersas por el cielo que me ahoga.La música allá abajo –pienso- como una ola gigante que arrasa tus manos que no me alcanzan. Vuelvo a mi habitación y tampoco hoy has llamado. Qué raro, porque siempre digo que no te espero. La sala de vez en cuando se siente así de sola. Hoy por ejemplo entro como queriendo quebrar todo este perfume quieto todavía. Tan grande es el silencio que me dan ganas de aplaudir. Aplaudo graciosamente el horror de todas las cosas vacías.

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