sábado, 19 de septiembre de 2009

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Habría huido de sus bocas, de sus ojos azules plácidos, acomodados con los dedos sobre el horizonte primero donde alcanzaba todas las cosas. Esas palabras quietas, habrían sido la melodía diáfana de sus mañanas también. Y habría salido aún de su casa con el café instantáneo todavía en sus labios, esa música astuta que las madrugadas despiertan lo que no puede ser. Y su almohada de primeras veces, llanto contenido, abrazo de los gemelos habría sido inmaculada como sus esperas todavía. El semáforo de color rojo esa vez, mientras esperaba que las cosas cambien, una lluvia tenue (casi como un susurro) sería la compañía estática que se concentra en los nombres que ya no vienen.Hubiera escapado hasta sus montañas, con los ojos bien abiertos despachando preguntas y asombros que ya no importan a nadie más que a él. Y se hubieran muerto de risa o espanto de tan solo verse ahí parados frente al mundo con aquellas costumbres que la rutina gana. Y hubiera preparado la cama, las sábanas bien frías y estiradas casi hasta la perfección posible de no poder entrar sin escribir una arruga sobre esos torsos.Las ventanas serían las mismas de siempre, como también las puertas que llegan y abren los sueños posibles quizá. Llegando siempre a la mesa como una ceremonia de abrazos y muecas, y contarse tal vez lo que a nadie más que a ellos importa.Uno en los balcones deambulando por ahí, generando la gracia de los deseos que pronto vienen, otro más entero, más nuevo, sería el lugar de los permisos, los puertos, las bahías, y luego esta amargura plana.Y pensé, al no llegar, que podría haberse distraído con la música de los que saben que nuestro amor fue posible. O que se habría detenido en aquellos detalles que nos faltan, o con sus ojos bien abiertos hubiera podido irse a buscar sus playas, donde siempre pierdo todas las cosas. Y sabría aquella primera palabra que diría al verme, y ese abrazo inmenso, incalculable que nos daríamos al regresar después de tanto tiempo. Casi me lo sé de memoria a ese instante. Y sobraría esa música empalagosa de las vueltas, y no habría otro sonido que la de nuestros huesos apretados bien fuerte. Nunca se permitieron encontrarse así, francos y despojados de los prejuicios y las miradas de otros que no entenderían nada de lo que vivieron. Llegaría el momento de ponerse al día, de sus sexos fundidos ya sin gemidos, y los pasillos y los techos habría sabido como contener sus manos largas y ansiosas como la primera vez que se tocaron.Habría escrito las palabras mejores cuando su cara de paciencia me escuchaba sin entender nada de lo que le leía. Y me abrazaría para colmar mis ganas de compañía y le ofrecería derrotarnos en la cama (otra vez) y mencionaría al pasar las ganas que tenía de abrazarme, de verme llegar.Yo hubiera esperado todavía, sin entender que otros brazos le ocupan el pecho, y los cabellos dorados me harían acordar seguramente a los veranos que están atrás de la heladera. Y le diría que llego de un mundo raro, que el dolor no me hubiera ganado de todos modos. Le empataría el tiempo perdido hasta que se duerma en mis brazos por fin, y yo le diga que ya todo pasó. Dormiría eternamente hasta que la luna se cicatrice victoriosa.

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