viernes, 13 de noviembre de 2009

Las lunas de ayer

Yo no conozco el momento exacto en que las cosas terminan. Puedo decir que la vida tiene esta clase de situaciones que uno no maneja. Los principios, los finales, los paréntesis, y por qué no… estas transiciones, tienen el sabor a tiempo que los años traen. El destino será tal vez una pequeña gota de sudor, un grano de paciencia, a veces indefinido, a veces tan cruel como la sensación misma de vernos minúsculos.
En las calles pasa de todo. Los rostros se cambian de color o de postura como más les convengan, somos complejos transeúntes, animales primitivos que van en busca de la mejor presa.
Me preguntaba que sería de las relaciones humanas si tan solo nos animáramos a decir la palabra justa cuando el silencio rompe barreras. Que pasaría con las muecas, las burlas de las cosas inmóviles.
Si le diéramos valor al gesto simple de una mano franca chocando contra otra mano, si apreciáramos el abrazo convidado, el mate como un lenguaje prescindible de sonidos. Qué pasaría si algún día nos pusiéramos de acuerdo en no forzar una charla, o sentarnos tan solo unos minutos a interpretar el valor incalculable de una mirada que nos dice todo como quien dice a la vez “qué lindo la paso con vos”.
Miraba por la ventana de mi balcón hacia la otra ventana, ahí, en el edificio de enfrente. Una mujer sola se sienta sobre un pequeño velador y se deja paz. Seguramente una música suave la llevaría de un lado hacia el otro de los recuerdos. Se quedaría esperando que el teléfono suene casi toda la noche. Y miraría de reojo el reloj de madera que cuelga de la pared con el tic tac de los años que se nos pasan volando.
Imaginaba mis manos sueltas, mis pies llenos de caminos, el cielo entrando suave por la rendija del ventiluz de la cocina. Los ruidos como simples quejidos, murmullo constante de la gente que anda y desanda el asfalto como desatando espacios, como pidiendo permiso para tener la palabra.
¿Que pasaría con los discursos, con el orgullo, con los faroles naranjas erguidos, inclinados ante la noche sublime que nos abraza como pájaros?
Me preguntaba de paso, por los nombres que ya no nombro, los otros días que han quedado allá, atrás. Lejos todavía.
Enciendo un cigarrillo y la primera pitada la dedico al aire. Suspiro un par de zapatos, mastico la sensación temblorosa de un par de ojos inmensamente azules que imagino hoy; me veía entre estas paredes cuestionando tanto silencio. También, justo a mí se me ocurre quedarme con la noche encendida mirando a muchos que caminan por la veredas como quien regatea un poco de compañía prestada.
La noche se va al carajo y se embriagan las lunas templadas, y las promesas con ellas. Qué terrible pedazo de cielo miro desde mi ventana. ¡Y yo si nadie!, me quejo un poco.

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