lunes, 16 de noviembre de 2009

Sin ir más lejos


Me puse a pensar el color que tomaría la soledad. O si tuvieramos la posibilidad de ponerle un perfume. Qué sabor tendría en la boca un caramelo de soledad?O sea, no quiero que piensen que todo con los solos es triste. Hoy, sin ir más lejos, he sentido que las cosas suceden así por algo. Y ahora soy yo quien necesita de la paciencia. Suena absurdo sentirse esperando todo el tiempo sin que nada llegue. Una devolución, una pared, una símbolo. Los gestos del destino suenan más bien como un reclamo que no me interesa.

Sí ya sé, debería dejar de comer tantas harinas.

Lo de Marta fue distinto, ella habla de la soledad de los hijos, de lo que se van, de los que huyen al descampado aroma de la vida transeúnte. Pero que injusto es el relámpago de la vida! Por dios! debería dejar de hablar así también.

La soledad tiene que ver con uno mismo, explicaba. Con lo de adentro. Los solos esperamos, tenemos la virtud de acomodarnos en los mejores lugares del mundo, erguidos y fantasmagóricos caminamos las calles preguntando nombres inexistentes casi. Muchos se detienen en los teléfonos públicos y simulan llamar a alguien. Otros se desparraman en los café, piden una taza caliente de té, abren las servilletas de par en par con la blancura fresca de sus manos temblorosas. Y ahí se detienen unos cuantos minutos a esperar. Que paciencia!

Y después, medio inconsciente. medio bobo, mitad reloj, mitad calle, algún solo piensa revolcarse de ganas y tomar revancha y preguntarle al destino si es verdad. “claro que es verdad” susurra alguien desde atrás de los hombros, desde más allá de los horizontes capaz que alguno se ha olvidado las llaves. A ver, no quiero que piensen que la soledad es siempre así. A veces duele menos, a veces ni se siente. Ya no sé si por costumbre o por la sola idea de conocer el final de los domingos. Es cierto, el tiempo termina acomodando todo.

Pero el mundo no se detiene para ver si llueve afuera, las cosas se siguen moviendo, el reloj sin ir más lejos da vueltas en círculos y una palabra se va anudando acá en mi garganta. Que no quiero decirla, que me cuesta pensarla, estornudo.

Nada cambia a las 4 de la madrugada. Pero queda la esperanza de mañana. Mañana, siempre será otro día digo. Y me recuesto sobre las rodillas de la noche tibia.

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