miércoles, 5 de agosto de 2009

Diapositivas de un hombre solo


Sonó el despertador demasiado temprano para mi día. Miré un pedazo de cielo a través del ventiluz de la cocina y los colores eran los mismos de ayer. Tuve ese presentimiento, supuse al lavarme los dientes. Pinté de amarillo los grises sonámbulos que quedaron tendidos sobre mi cama todavía. Respondeme eso, dije en voz alta mientras trataba de tapar uno a uno los vacío en esa sala.
Los balcones hacían distintas reverencias y la gente simulaba no verse afectada por el frío dentro suyo. Que raro, no? Tantas veces simulé ser indiferente a las cosas, y ahora es al revés. Tenía los ojos húmedos por las palabras que no llegan, los otoños estaban con vos. Ahí en las montañas perversas y los abrazos raquíticos, en el aroma primero de la arena seca, en los días perdidos que no encuentro.
Cuando uno se separa pasas esas cosas. Los grises y los sombras aumentan por los rincones y la paciencia se teje con finos hilos de cristal de murano. No alcanzan los pañuelos y las habitaciones sobran, y empezar todo de nuevo da fiaca ya.
Yo invento los encuentros cerveceando, el resto es culpa del pasto. Tus preguntas arrolladas y mis regresos inadvertidos, los rincones espantados, los cementerios, las fotos.
Abrazo el aire con la misma sensación de no haber llegado a parte ninguna. Es esto y aquello. Los otros que caminan los muros, y andan con prisa revolviendo la olla.
Yo no me acostumbro a cocinar para uno, a poner la mesa para uno, mirar la tele de a uno. No hay prisas en los baños ni medias sucias por todas partes; no hay quien te espere ni a quien echarle la culpa por no haber lavados los platos. La cocina continúa estática, y las cosas ya no se cambian de lugar. Siempre encuentro todo, y sino las pierdo de vez en cuando para simular esas sensación tibia de los duendes que ya no duermen conmigo.
¡Encima sin espejo yo! Me acomodo el nudo de la corbata que nadie acomoda ni rezonga, y llamo el ascensor para verme en el espejo y enprolijar el cuello de la camisa. Estás lindo, me digo y dejo el ascensor para volver por un último sorbo de café caliente.
Que pena tanto silencio desperdiciado...

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