martes, 25 de agosto de 2009

Retrato de una mujer sola


La esperanza se estiraba hasta los pórticos, desde las venas hasta el talón de su nostalgia primera. En un balde guardaba apiladas las lágrimas aquellas, está bien pensar que fue solo una ilusión merecida. Amar en ella tenía más que ver con una colección de imágenes que la llevaban devuelta a los lugares conocidos donde él estaba oculto.Un abrazo tibio de sus mapas le hacia recordar los mejores comienzos, la estatua del tiempo, el regocijo blando de los cuerpos semánticos.Adjetivado el destino quedaba estático y primerizo en el resguardo de las fotos, de las rejas impidiéndolo todo. Afuera se arremangaba los ojos y los pantalones y acomodaba sus tetas nivelándolas quietas en el eje de las pestañas crecidas.Un poema de palanca, un cielo descolorido y solo, y los brazos abundantes y esponjosos dormían la siesta en un buzón de trivias.La radio había quedado dando el horóscopo en ese mismo momento, ella se dirigió hacia la puerta con su cintura pidiendo permiso de un lado hacia el otro. Es cierto, el tiempo había pasado y las naranjas se caían en racimos de sillas y canastas. Miró por una rendija de la ventana lo que había dejado de aguardar. Los espejos volvían a refregarle los ácidos en la mirada, y yéndose de boca dijo aquel nombre prohibido. Como un arpa pequeña, las ciudades se incendiaron, y las calles pegaron un último suspiro de gracia.La soledad le caía sobre sus hombros repitiendo nombres y huellas, y llamadas gastadas. y diarios pensantes.Desde el patio trataron de animarle los hombros, y las ansias y los sueños. Era tarde. Creo que como las dos de la mañana. Raros sus dedos se prendieron al picaporte, abriéndole el paso a las sombras como melodías eternas que llegaban desde todas partes.

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