viernes, 10 de julio de 2009

Voy a hacer de cuenta...

Capaz que no hay nada para entender. Buscamos las respuestas en los lugares menos comunes. Perdemos a las personas a menudo sin darnos cuenta.
Digo, a veces resulta ser así, menos complejo. Tal vez la razón de ser de la noche sea solamente esa: convertirse en una oscura posibilidad de saltar al vacío. Como las verrugas en el mar, sedientas de paz. Como los horizontes, como estómagos planos que se difieren las sábanas para el regreso de los guerreros.
Vivir es esto y aquello. No uno o lo otro. Sino ambos. Vivir significa tener la certeza que el dolor también resulta compañía a veces. Que las oportunidades van y vienen, que es posible barajar y empezar de nuevo. Que vale la pena quedarse quieto hasta la madrugada amasando la memoria.
Que la espera es sólo un estado; algo pasajero. No podemos retener en el tiempo bajo nuestros hombros, menos aún, podemos divertirnos con las sombras de aquellas cosas que ya no tenemos.
Claro que el sentido de pertenencia refiere a la comodidad de las cosas. Yo prefiero hacer de cuenta que todo existe. Que los inventos de la memoria también son necesarios para el misterio de las pascuas en tus ojos. Ahí voy y vengo. Me quedo en tus puertos por si las dudas. Me arremango los pantalones y meto las piernas sobre el agua fría de aquel lago primero. De aquellos lugares que me marean mis días, que revuelven las esperanzas en un patio inmóvil.
Lejos, aún más lejos queda toda mi esencia repugnante. Como un capricho de las flores, como un despertar vacío, sin enmiendas en los ojos, sin bahías, sin explicaciones posibles.
Voy a hacer de cuenta que las cosas pueden cambiar (aunque ya no espere). La espera es solitaria y melancólica. Y ni una ni otra tienden a saciar nuestro ánimo por la poesía. Es como un juego, como una partida de cartas, como una flor simple, un símbolo, una guitarra, un “nos vemos” como quien dice hasta nunca.
Son también esas lágrimas que no comprendo, una película que nunca veo, que no llego al final. Es también darse cuenta, suplicar la compañía, estirar el brazo hasta alcanzar el hueco tibio de alguna palabra.
Ahí nos perdemos, como un pendiente, aquello que no sucede ni se atreve. Voy a hacer de cuenta que nada de esto ha pasado; que el olvido resulta mejor cuando se olvida de a dos. Cuando ya no es espera, ni melancolía ni nostalgia. Es esto. Así, a secas. Sin rótulos. Estar aca, justo en este puto lugar. Mirando la ventana como quien mira un diccionario de nombres, como la sensación de algún suspiro que se apoya en nuestros hombros. Como sentir un escalofrío que llega de parte ninguna y recorre todo mi espinazo.
Ya no hablo de amor como se habrán dado cuenta. Tendrá esto algo que ver con la noche del último sábado?
¿Qué sábado? pregunto. Mientras hago de cuenta que soy invisible, y me meto en tiempo y en tus días. Y te acaricio la frente con un último beso. Con esa sensación de haberlo perdido todo para empezar de nuevo. Aunque esto último no resulte. Aunque vos hagas de cuenta que ya no importa. Que está bien que sea así.
Y también te hacés invisible para que nadie te vea llorar…

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