
Te miro y te conozco. Casi como que me sé tu nombre de memoria. El horizonte se aplana en tus ojos vidriosos, como un ejemplo del silencio genial que nos separa las voces. Aquel tiempo y este tiempo, te intuyo en mí. Esta bien. Tengo sensación que pronto vas a llegar, que no vas a tardar. Que seremos uno para el otro, sin discusiones acerca de los origenes del mundo. Sabrás mi nombre sin haberlo oído nunca. Y deletreare tu espalda hacia el contorno uniforme de mis manos que te amasan.
Te presiento de cuerpo presente, unánime tus brazos me contienen tus ojos pacíficos, atlánticos. La torpeza de los gestos, las mandíbulas sobrantes, los eclipses de luna, el merteolate en mis venas, aquella tilinga mirando desde lejos, serán ajenos, sobrantes testigos de un mundo que nos consume y pertenece. Porque te presiento humante, descascarado el ovillo de todos los comienzos. Asi será el encuentro de los planetas que nos supieron derrotas. Acaso pudiera la roca vencer esos almanaques de tergopol? Los días han pasado, es cierto. Yo prefiero imaginarte llegando, como si las tardanzas fuerzan necesarias y prescindibles en nuestro pulso.
Porque te presiento llenando mis rincones, despojando los vacios huecos que dejan mis pasos, desterrando la melancólica manera de pensarlo todo. Asi es mejor. Asi te veo y te imagino. Te espero como siempre. Desde que la paciencia fue inventada por los dioses yo te imagino.
Nos te demores mas… por favor.
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